Faltó contundencia en materia de derechos humanos en Cuba y mayor autocrítica respecto de los abusos de menores cometidos por sacerdotes en México. Sin embargo, la visita a ambos países marcó un paso más en el rol de la Iglesia en las transformaciones políticas de dos naciones que son clave para la América Latina.
El papa Benedicto XVI defendió en México y Cuba la libertad de culto y los derechos de la Iglesia católica, pero adoptó un bajo perfil en temas sensibles como el narcotráfico, abusos de menores y las libertades cívicas, durante una gira en la cual recibió cálidas acogidas de fieles y autoridades de ambos países.
La ausencia de firmes y directas condenas a los narcotraficantes en México y a los arrestos de opositores en Cuba -más allá de expresiones generales de reprobación- hizo extrañar a algunos el estilo directo de Juan Pablo II, quien no dudaba en denunciar los problemas por su nombre.
Durante su primer viaje a América Latina, el papa tenía que convencer a millones de católicos de que no es indiferente y que se interesa por ellos, a pesar del criticado "eurocentrismo" en su gestión al frente de una comunidad de 1.100 millones de fieles en el mundo.
Esta fue una de las razones por la cuales emprendió este largo periplo.
Joseph Ratzinger puede estar satisfecho de haber congregado grandes multitudes en sus desplazamientos, aunque es tímido y reservado. Sobre todo en la muy católica Guanajuato, en el centro de México, donde el fervor popular fue visible y las muchedumbres coparon las rutas.
Benedicto XVI confesó que no había recibido una acogida así en ninguna parte del mundo en sus siete años de pontificado.
En Cuba la recepción fue más modesta, pero cientos de miles de cubanos asistieron a sus dos misas, en Santiago de Cuba y La Habana, pese a que los católicos son apenas el 10% de los 11,2 millones de habitantes de la isla.
En sus discursos y homilías, el pontífice expuso los fundamentos de la religión católica y los peligros que la amenazan en la sociedad actual.
Uno de sus puntos clave fue la autonomía que la Iglesia debe tener para expresarse libremente en la sociedad y para participar en su construcción. En México, país muy católico pero con una tradición laica radical, sus intervenciones discretas sin duda reforzaron las opciones de una enmienda constitucional en discusión en el Congreso, que refuerza los derechos de expresión de la religión en la esfera pública.
Llamó la atención que no quiso reunirse con familiares de las víctimas de abusos sexuales de la congregación encabezada por el famoso sacerdote Marcial Maciel.
En Cuba, expresó la misma reivindicación, afirmando que el Estado debe aprovechar la colaboración de la Iglesia.
El papa también defendió a la familia tradicional y el matrimonio católico, a pesar de que en las dos sociedades estas instituciones son a menudo cuestionadas.
En los problemas más graves, el papa buscó intervenir con delicadeza, sin jamás denunciar a personas ni grupos por su nombre.
En México, denunció la violencia y el narcotráfico, que es necesario "desenmascarar", según dijo, y expresó su sufrimiento por las 50.000 víctimas fatales que ha dejado una guerra sucia de cinco años.
El problema es tan grande que algunos mexicanos habrían deseado que Benedicto XVI fuese más incisivo.
En Cuba, los opositores quedaron decepcionados de que hubiese aceptado reunirse con Fidel Castro, pues no reservó un momento para recibir a los disidentes.
Habló mucho de los derechos de la Iglesia en la sociedad, destacando los progresos logrados en la isla desde la visita de Juan Pablo II en 1998, y deseó que estos continúen.
Demandó que las personas privadas de libertad en la isla la recuperen, y que los derechos fundamentales de las personas sean respetados.
La delegación vaticana trató estos asuntos con el Gobierno cubano, pero ninguna crítica directa fue mencionada por el pontífice. El papa y la Iglesia católica en Cuba, cuya posición aún es frágil, trataron de no caer en el juego de los disidentes radicales, que hubiera podido perjudicarla.
Los opositores cubanos más moderados estarán satisfechos con los insistentes llamados del papa a la cooperación y la "reconciliación", pero los más radicales estarán frustrados por la falta de críticas directas al régimen castrista.
El clavo en la cruz
José Rafael Vilar / Analista político
Cuando el lunes pasado llegó a tierra cubana el papa Benedicto XVI, junto con él en toda su visita lo acompañó –y lo opacó muchas veces– Juan Pablo II.
Y lo hizo porque aún hoy el carismático papa Wojtyla es un referente político para Cuba – como para muchos países– frente al actual papa, con mucho menos carisma. Y esto –que no desmerece al actual pontífice sino lo ubica en su diferencia– se manifestó en los objetivos de la visita de Benedicto XVI a Cuba: consolidar el poder temporal y espiritual de la Iglesia a través de fomentar la apertura religiosa, incluida la educación.
Los mensajes también fueron distintos en forma: en el trayecto aéreo hacia México, el papa Ratzinger criticó frontalmente el comunismo –lo cual fue respondido por el canciller cubano, diplomáticamente– mientras que, ya en Cuba, pidió respetar al individuo frente a los dogmas y –sin mencionar a EEUU– criticó el embargo económico. Quizás el mensaje más fuerte fue el que resonó en la plaza habanera de la Revolución frente a alrededor de 300.000 asistentes a la misa masiva cuando, por coincidencia del calendario litúrgico, en la lectura del Evangelio se repitieran las palabras que Jesús y que el Apóstol Juan rescató: "La verdad los hará libres."
Los encuentros del papa con Raúl Castro, poco carismático y pragmático como su visitante, y con su hermano Fidel –quien, curiosamente, llevó su familia– fueron cordiales y con la misma politesse de todas las declaraciones en estos días.
Si para la oposición dentro de Cuba la visita papal tuvo algún resultado fue el de convencerla que la Iglesia está trabajando por la conciliación y sin inclinación, reafirmada como el único interlocutor ante el Gobierno. La negativa papal de recibir a los disidentes y la solicitud del Arzobispado habanero para que la Policía desalojara a huelguistas alojados en un templo, clarificaron esta posición.
Coincidiendo con el 400 aniversario de la aparición de la Virgen de la Caridad del Cobre, patrona de Cuba –país constitucionalmente ateo hasta 1991 y hoy laico–, la visita fue muy importante para la Iglesia cubana –reafirmando su creciente poder– y, también, para el Gobierno, dándole espacios de apertura internacional.
Juan Pablo II fue un pontífice que se encargó de guiar al mundo; tras él, Benedicto XVI se ha encargado de ordenar la casa: la Iglesia. Eso mismo fue lo que sucedió en las dos visitas papales, a 14 años de distancia.
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