Tras más de cinco décadas trabajando durante el Viernes Santo, los cubanos tuvieron un feriado para poder acudir a los templos. Sin embargo, en la misa de la Catedral había menos de 200 personas y la procesión del Vía Crucis no alcanzó a llenar una cuadra de fieles.
Tampoco pareció haber tenido mucha acogida que la misa del “Sermón de las siete palabras” fuera transmitida por la televisión oficial cubana, aunque es difícil saber con exactitud cuántas personas siguieron la ceremonia en sus viviendas.
En un recorrido por una docena de casas, sólo una familia estaba viendo la ceremonia religiosa oficiada por el cardenal Jaime Ortega. Algunos creyentes de otras religiones protestaron en internet por “el favoritismo por una divinidad particular, de parte de un Gobierno que se considera a sí mismo laico, y que rige sobre un pueblo que mayoritariamente tiene una religiosidad mucho más compleja”.
El físico nuclear cubano Rogelio Díaz Moreno afirmó en su blog que “por muchos Papas que vengan, no van a cambiar el hecho de que el sincretismo religioso campea en Cuba y que los Orishas (dioses africanos), esos sí, son más populares que Cristo”. Pero no todas las opiniones sobre el Viernes Santo fueron negativas. Algunos describieron el día como una señal de que Cuba se está abriendo al mundo.
La celebración del Viernes Santo se llevó a cabo luego de que el Gobierno de la isla decretó el festivo excepcional.
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