martes, 15 de diciembre de 2015

Caquingora el templo olvidado



Ignacio Lozano recuerda que cuando era niño, la vida del pueblo giraba en torno a la iglesia. Allí se celebraban bautismos, primeras comuniones, confirmaciones, matrimonios, velorios y hasta asambleas donde definir el destino de esta comunidad en el agreste altiplano paceño. Hoy, Caquingora aún deja ver rastros de su glorioso pasado. “Sonaban las campanas y la gente salía a ver qué ocurría”, recuerda Ignacio sin soltar las cuerdas con las que dobla los bronces del templo.

Pero esa cualidad ha cambiado desde mediados de siglo pasado. Lo afirman los habitantes de este poblado a 115 kilómetros de La Paz y asiento de la basílica construida entre 1560 y 1570 por curas franciscanos, bajo cuidado de las 10 comunidades (Sirpa, Kalari, Kollana, Huancarama, Nikoca, Chijchi, Kallirpa, Vichaya, Santa Rosa y Fhina) que incluye el municipio de Corocoro, provincia Pacajes. “Con la Reforma Agraria de 1953, los comunarios se empezaron a dividir dejando en el abandono a la iglesia. Desde aquellos años se fue deteriorando poco a poco”, dice Melquíades Lozano, presidente del Comité Impulsor y Restauración Pro Templo.

Ignacio vive entre Caquingora y La Paz, y actualmente es el encargado de coordinar las actividades en las espaciadas celebraciones del calendario religioso del pueblo. Dice que la gente, influenciada por la presencia de sectas religiosas y la intermitencia en la apertura del templo, ha empezado a perder su fe y a alejarse de la Iglesia Católica. Y con ello, una serie de prácticas surgidas durante la Colonia.

Caquingora se fundó por mandato del Virrey Toledo en 1555 y fue elevada a rango de cantón en 1904, durante la presidencia del general Ismael Montes. Su nombre proviene del vocablo aymara Qaqinkura, que es el denominativo de un ave silvestre del lugar. Se halla a 3.950 metros sobre el nivel del mar y era uno de los territorios mineros más importantes de Bolivia debido a sus yacimientos de cobre. Pero la bonanza de la región cambió a partir de 1985, cuando por razones políticas y económicas el centro minero fue clausurado y sus trabajadores empezaron a emigrar hacia otras regiones.

La construcción de la basílica menor de Santa Bárbara de Caquingora se inició hacia 1560 y obedeció a los objetivos de la Conquista española en el Nuevo Mundo, como los de erradicar las creencias religiosas indígenas, destruir ídolos y lugares de culto, “además de imponer el calendario del santoral católico para las celebraciones religiosas, sustituyendo a las autóctonas”, declara la antropóloga Gabriela Behoteguy.

Su edificación fue dirigida por los franciscanos de la época y la mano de obra demandó cerca de 4.000 indígenas de la comunidad de Taika Mara. El templo fue levantado sobre una superficie de 1.000 metros cuadrados y ha sido construido a mano por los propios pobladores según el estilo inicial de la Colonia: piedra, tejas artesanales y dos torres adosadas. “La piedra es la k’alila que deriva del aymara (k’ala significa piedra) y del español (por lila, el color de la roca de donde se extrae el material)”, explica Melquíades. “Nuestros abuelos trabajaron la piedra con mucho sacrificio además de su traslado, las paredes tienen un ancho de hasta dos metros, por ejemplo”.

Según el Ministerio de Educación y Culturas, es una de las iglesias más antiguas y grandes desde el punto de vista arquitectónico y también destaca en lo artístico por sus esculturas, pinturas y platería. El altar estuvo decorado con pan de oro y forrado de plata; cuenta además con unos 200 cuadros, efigies y aparejos de los siglos XVI, XVII y XVIII, que versan sobre temáticas religiosas de autores anónimos. “Teníamos un párroco que vivía aquí mismo. Nuestros curas brindaban sus misas en latín, pero luego lo hicieron en aymara y quechua”, indica Melquíades.

En aquel recinto de lo sagrado se celebraban antaño la ceremonia por el Cambio de Autoridades Originarias, el 1 de enero; la fiesta de la Virgen de la Candelaria, el 2 de febrero; Corpus Christi, entre mayo y junio; la fiesta de la Virgen Santa Bárbara, patrona del pueblo, el 4 de diciembre, y cerraba el año la festividad por la Virgen de la Concepción, el 8 de diciembre.

Por toda la suma de sus ricos antecedentes, fue declarada Patrimonio Cultural y Monumento Nacional el 7 de diciembre de 1967, además de ser calificada como Joya Arquitectónica de la Primera Sección del Municipio de Corocoro de la provincia Pacajes. Pero pese a ello, su situación en la actualidad no es de las mejores.

El techo que se cae a pedazos, las paredes descascaradas, el irreconocible piso, la desaseada fachada y un altar mayor con ambos cruceros en penosas condiciones, al igual que el ingreso al campanario y los exteriores, no son más que señales de una reliquia de momentos imponderables. “Solo para nombrar un ejemplo, esa pared que usted ve ahí revestida de estuco, antes tenía láminas de plata de alto relieve”, señala Melquíades. “Ahora el lugar da pena”.

El longevo señor tiene razón. La vista lúgubre de los muros, retablos y lo que queda de algunas pinturas y esculturas revelan un aposento devastado por el descuido. La última vez que se intentó restaurar el lugar fue en 1987 y los comunarios citan la Ley 3914, sancionada por el gobierno de Evo Morales en 2008, que compromete al Ministerio de Educación y Culturas, al Viceministerio de Desarrollo de Culturas, a la Prefectura del Departamento de La Paz y al Gobierno Municipal de Corocoro a tomar “las medidas necesarias para valorar, catalogar, restaurar los cuadros coloniales y las riquezas artísticas e infraestructuras que contiene dicho templo, disponiendo su reparación y conservación por cuenta del Estado”.

Pero a la fecha la respuesta de estas instancias no ha sido favorable y el convento resiste entre la humedad, los techos atravesados y la oscuridad plena. “Nosotros nos encontramos en estado de emergencia, no puede ser que un monumento patrimonial declarado por ley se encuentre en el total abandono”, reclama el Marka Mallku de Caquingora, Eusebio Espinoza.

Muchos de los tesoros del lugar se encuentran en los domicilios de autoridades a la espera de que la iglesia sea restaurada. “En algún momento hemos sufrido saqueos y es por ello que se decidió resguardarlos en casas particulares. Realizamos un control del inventario anualmente con la supervisión de funcionarios del Ministerio de Educación y Culturas”, manifiesta la autoridad originaria.

Las costumbres también están siendo sepultadas. “En la fiesta con la que abríamos el año, las 10 comunidades ingresaban al pueblo con sus bandas de música, bailando danzas autóctonas, era muy lindo. Ya no tenemos esa costumbre y hemos dejado de hacer otras tantas actividades, como la catequesis”, menciona Gregorio Catari, un septuagenario vecino del lugar.

Ignacio cuenta que las campanas a su cargo fueron construidas muy cerca del pueblo, cuya fundición dotó de algunas de ellas a la ciudad de Cusco y a la propia iglesia de San Francisco de La Paz. “Las de aquí son de 1874”. También dice que una de las torres del templo fue alcanzado por un rayo, pero que el pueblo no lo ha visto como una maldición y casi no le brindó importancia. Él aprendió a repicar las campanas a los 10 y explica que hay compases para llamadas de emergencia, para ayunos y para difuntos. Solo que estas campanas ya no suenan como antes.

La iglesia en la Colonia

La colonización de América tenía, en la esfera ideológica, una misión evangelizadora: cristianizar heroicamente al mundo, por conversión o por miedo. A escala política, su papel era expandir el dominio de la Corona española, consagrada a la fe católica. En el campo económico había que encontrar metales preciosos, competir comercialmente con el resto de Europa y dar tierras a los héroes españoles y a la Iglesia.

Entre los años 1500 y 1600, los procesos de asentamientos humanos eran bastante lentos, se construían con escasos recursos técnicos, prácticamente precarios. Las ciudades se organizaban según el modelo castellano, con las calles conforme a un trazado perpendicular en cuyo centro se situaba la Plaza de Armas, donde se encontraban las autoridades locales, religiosas y por ende el templo de la naciente ciudad. El arquitecto cochabambino Mario Lavayén Mendoza señala que existen diferencias en la estructura básica de los templos que datan de aquella época. Según el experto, se diferencian por la orden religiosa a la que pertenecían y el tiempo en el que fueron construidos.

En el proceso de construcción de aquellos templos, primero se hacía la nave central, una sola, de dimensiones variables, de acuerdo con la capacidad requerida para albergar a la cantidad de feligreses en aquellas épocas. Una vez que el número de fieles crecía, aumentaban también las necesidades y con ellos los aportes con los que se podían ampliar nuevas estructuras a las edificaciones básicas.

La iglesia durante el virreinato desempeñó un importante papel a través de sus dos ramas; por un lado las órdenes regulares como franciscanos, jesuitas, dominicos, etc. y por otro, a través del clero secular que dependía de los obispos.






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