Gaviota junta las piedras, las manos y reza. Luego sacude la botella de cerveza que termina haciéndose espuma sobre el suelo del sediento altiplano. Dice que es señal de buena providencia. Y recuerda cómo cambió su vida desde que subió por aquella loma de Chijipata hace algo más de tres años, a unos 200 metros de la plaza principal de Laja, el pueblo colonial donde se puso la primera piedra en la fundación inicial de La Paz.
En el recuento dice que no la estaba pasando muy bien. De una vida holgada en el distinguido Sopocachi, en cuestión de semanas se vio sin la vivienda que la había cobijado desde su niñez. Y le tocó deambular por departamentos compartidos con indistinta fortuna, pues la intermitencia laboral tampoco le permitía fanfarrias. Hasta que alguien le habló de los milagros de la Virgen de Concepción de Chijipata, en cuyo ritual de veneración los devotos construyen sus terrenos y casas como si de un juego para grandes se tratara. Los que han vivido la experiencia aseguran que es más serio de lo que cualquier incrédulo pudiera opinar. Es la búsqueda de la ilusión para hacerla realidad.
Laja es un poblado de rica historia. Fue el primer pueblo fundado por españoles en la región altiplánica a medio camino entre Tiwanaku y Chuquiago. La construcción de la iglesia empezó en el siglo XVI, en 1545; tres años antes de que su futuro fundador Alonso de Mendoza pasara por allí, otros conquistadores habían erigido, en lo que entonces era el pueblo aymara de Llaxa o Lappara, una pequeña iglesia, según el historiador César Catalán.
El acta de fundación fue redactada el 20 de octubre de 1548 en aquel templo llamado Nuestra Señora de la Concepción de Laja, cuya patrona es la Virgen Inmaculada, a quien se celebra cada 8 de diciembre. El dogma de la Inmaculada Concepción es una creencia del catolicismo que sostiene que María, madre de Jesús, a diferencia de todos los demás seres humanos, no fue alcanzada por el pecado original sino que estuvo libre de todo pecado.
Fue el Papa Pío IX quien instauró la fecha para la celebración de la fiesta de forma conjunta para toda la Iglesia Católica. Ella es reverenciada en procesión y sus fieles realizan una gran entrada folklórica por las calles del histórico poblado. Así hasta altas horas de la noche, pues los que festejan se obligan a una pausa ya que el culto más grande y representativo de Laja se dirige a la Virgen de piedra o Mamita de Chijipata, que suscita oraciones y devoción desde tempranas horas del 9 de diciembre.
En un batán
La imagen de la Purísima Concepción de Chijipata apareció misteriosamente en una piedra batán de una vivienda de la pequeña colina que bordea Laja. Esta aparatosa roca es un aparejo típico de las casas rurales del occidente boliviano, la cual se utiliza para moler maíz, cebada, quinua, tomates, locotos y otras verduras.
La leyenda cuenta que una mujer esperaba a su marido que compartía bebidas alcohólicas con unos amigos del pueblo. Para rescatarlo de la borrachera, ella pensó en prepararle un poco de llajua (salsa picante) así que se dio a la tarea de alistar los ingredientes. Pero en cuanto se dirigía a la gran piedra, apareció en la misma la imagen de una mujer que sorprendió a la cocinera, que de inmediato inquietó al pueblo con la noticia de la aparición de una virgen. “Una estrella ha aparecido”, habría dicho la señora según cuenta don Félix Valencia Siñani, vecino del pueblo y fiel a las “patronas” del pueblo. Y tras algunos años, el batán con la sacra estampa fue trasladado a la iglesia de Laja y posteriormente a una capilla en la colina.
El padre Felipe López dató el milagro de aparición de la imagen hacia 1854. Se trata de la reafirmación del primer culto al poder andino de la piedra. “Podría decirse que en el pueblo de Laja le pusieron sabor a la historia de la Virgen María con un poco de ají. El batán es un instrumento de cocina fundamental en la preparación de la comida criolla. Los alimentos y el batán son parte del contexto doméstico y cotidiano, entonces la aparición de la Virgen de Chijipata corresponde a lo que culturalmente en los Andes es relativo a lo femenino”, indica la antropóloga Gabriela Behoteguy.
Fue así como nació el culto a esta Virgen a la que se le atribuye la realización del sueño de contar con una casa propia. Cascajo sobre cascajo, al tronar de cohetillos, con bendiciones de yatiris y oraciones de los nuevos propietarios que acuden en familia a cimentar sobre la nada en algunos casos, y en otros a agradecer por la fortuna y bendición, se empieza a formar en aquella loma donde abunda la paja brava, un minipaisaje urbano en el que la ch’alla (ritual de bendición a la Pachamama con ingentes cantidades de cerveza) es parte del gran acontecimiento pagano.
Fiesta de gala
Muy temprano, cada 9 de diciembre la música empieza a vibrar por las vías de la cuadriculada urbe de herencia colonial española. Las campanas convocan a los comunarios y a quienes arribaron de poblaciones vecinas y ciudades de La Paz y El Alto. Son cerca de 10 comparsas que bailan ritmos como la morenada y kullawada, luciendo sus mejores galas, ostentando joyas de magnitud como ornamento beato.
Uno de los llamativos personajes al frente de estas fraternidades es el denominado awila. Se trata de un varón vestido de mujer con pollera, trenzas, mantilla y en muchos casos cargado de una muñeca de trapo en su aguayo atado a la espalda, que se caracteriza por ser una figura burlesca y jocosa aunque algunas lenguas picantes aseguran que se trata del homosexual del grupo. Dani Bonifaz es una de estas awilas que hacen de parejas de los waphuris, maestros y guías de los hilanderos. Mide casi 1,80 y baila kullawada como solo ellas saben hacerlo. “Yo participo 15 años y soy muy creyente porque la virgencita me ha cumplido con muchos milagros”.
Las comparsas danzan alrededor de la plaza y luego de ello se dirigen hacia la loma de Chijipara para continuar con la celebración. Allí los esperan comerciantes de casas, edificios y vehículos en miniatura; yatiris dispuestos a bendecir los buenos augurios, grupos de folklore y de cumbia, además de cajas y más cajas de cerveza. La borrachera es parte del ritual y lo que podría parecer reprochable, no lo es tanto en este rito ceremonial. Sobre el asunto, el historiador Thierry Saignes asegura que los prejuicios y el desprecio por el estado de embriaguez son parte de la mentalidad colonial y que en los Andes, los comportamientos culturales respecto al alcohol son parte del diálogo religioso: “El alcohol representa un vehículo privilegiado para comunicar con lo sobrenatural”.
Behoteguy explica que existe una serie de reglas para compartir, comprar e invitar la cerveza que deben seguirse en las fiestas religiosas. Por ejemplo, los vasos no deben servirse llenos para poder “secarlos” o acabarlos de un trago largo y así no atraer a la mala suerte, también se debe comprar cervezas en número par y antes de tomar se debe invitar (“contigo” o “te invito”) a alguien para que tome después de uno. “Definitivamente, no solo se trata de emborracharse, sino compartir la embriaguez como parte del culto”.
Gaviota entiende muy bien de ello. Aprendió a compartir con los comunarios y obedece todos y cada uno de los rituales de agradecimiento a la Virgen que hace menos de un año le dio la posibilidad de contar con una vivienda en terreno propio. Cerca de la casita que levantó para agradecer y proceder con la ch’alla, empieza a erguirse otra de la mano de la joven familia Acero. Él, Felipe, dice que escuchó de boca de algunos conocidos los milagros de la virgencita de Chijipata.
Vive con su mujer Elsa en la casa de los padres de ella, pero admite que ya es tiempo de cohabitar bajo un techo propio. Gaviota le aconseja todos los pasos a seguir y él no se conforma con amurallar la minivivienda pues se ufana en ponerle flores, plantar un pequeño árbol de bonsái y “construir” un garaje para el pequeño minibús que acaba de comprar.
Como Gaviota y los Acero, son varios los creyentes que le brindan culto a la patrona. Dicen que volverán cada año a agradecerle por sus milagros. Lo harán con sahumerios, rezos y profuso alcohol.
Ciudad intermedia
Cuando Alonso de Mendoza llegó al pueblo de Laja, estaba muy cansado. Entonces advirtió que el paisaje era fantástico y decidió quedarse y cumplir allí mismo la misión que le dio Pedro de la Gasca, presidente de la Audiencia de Lima: fundar una ciudad entre el Cusco y La Plata con el nombre de Nuestra Señora de La Paz.
Previamente, un grupo de conquistadores había construido en el lugar una pequeña iglesia, así que Alonso de Mendoza y su gente decidieron redactar ahí el acta de fundación de la nueva ciudad. Era octubre de 1548 y la orden obedecía al deseo del rey de España, Carlos V, de celebrar la victoria de su ejército ante el rebelde capitán Gonzalo Pizarro, quien fue vencido en la batalla de Saxahuamán.
Pero las fuerzas del Capitán de Mendoza no resistieron el frío y el viento inclementes del altiplano de aquel lugar y debió partir tres días después en busca de un lugar más abrigado. Al final lo encontró cerca del río Choqueyapu y, ante la vigilancia eterna del majestuoso nevado Illimani, fundó el 20 de octubre de 1548 la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, trazándola como tal desde el sitio de Churubamba, actual plaza Alonso de Mendoza.
La iglesia y la plaza de Laja son sus principales atractivos, pero son pocas las agencias que los incluyen dentro de los circuitos turísticos que se dirigen a Tiwanaku, pese a la corta distancia que existe entre la ruta principal y este histórico pueblo. Sin embargo, solamente la iglesia ya constituye una buena razón para hacer un alto en el lugar de pasado colonial.
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