Son las 18:48. Luego de casi siete horas de espera, doña Rosa, "por fin”, cumple un sueño. El papa Francisco pasa por los primeros kilómetros de la autopista que une la ciudad de El Alto con la sede de Gobierno. "Lo vi unos segundos, ¡pasó muy rápido!”, se lamenta.
Segundos después se le escucha entre sollozos: "Es la segunda vez que veo a un Papa en el país, estoy feliz por eso, pero me voy con un sabor amargo porque lo vi muy poco”.
Miles de personas comparten su molestia. La gente comienza a dejar el lugar en medio del intenso frío. Se escuchan críticas por la velocidad con la cual se desplaza la caravana de Jorge Bergoglio. Otros no pierden la esperanza de "verlo” en la plaza Murillo.
Se incomodan más cuando un policía explica: "Despejen el lugar porque el Papa vuelve a pasar en un automóvil cerrado para ir a Santa Cruz”.
"¿Lo viste?”, pregunta un niño a su padre mientras unas motocicletas blancas, que escoltan el papamóvil, se pierden en una curva del camino.
El fastidio estaba unas horas antes. La esperanza por ver al líder espiritual se pelea con el desconcierto al conocer que el vuelo que traslada al Papa a La Paz se retrasa.
Gran parte de la vía de la autopista está llena de personas que, con radio en mano, esperan bajo los últimos rayos de sol la llegada de Francisco.
Con el pasar de las horas, la molestia de la gente se asienta, muchos con café en la mano combaten el frío de la tarde-noche paceña. Otros buscan comprar las chalinas con la imagen de Francisco.
Ya sin luz natural, pocos son los lugares de la autopista que tienen una iluminación privilegiada. Comienza la desesperación. Los autos oficiales bajan a gran velocidad y causan emoción entre los presentes, que cuando observan que no es el papamóvil silban y protestan.
La molestia disminuye cuando uno de los pocos policías que resguarda el lugar anuncia que la comitiva se encuentra a pocos metros, las banderas comienzan a flamear y los pañuelos blancos en las manos de niños, jóvenes y adultos dan la bienvenida al Papa.
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