Francisco es un “papa de barrio”. Así lo llaman sus vecinos de Flores, un barrio de Buenos Aires de muchas casas bajas donde siempre han vivido familias de clase media. Una de ellas era la de los Bergoglio, inmigrantes italianos y padres de Jorge Mario, el nuevo papa.
El padre fue primero empleado ferroviario y después operario textil. La madre, ama de casa. Los cuatro hijos, incluido el ya exarzobispo de Buenos Aires, vivían en una modesta casa de un piso con un patio con parrilla, un limonero y un árbol de toronjas en el número 531 de la calle Membrillar.
La 'paliza' que recibió una de sus 'novias'. En la misma manzana residía una de las dos novias que se sabe que tuvo en su adolescencia. "Nosotros jugábamos en la vereda", cuenta Amalia Damonte, de 76 años. "Más que jugaban", la apura su consuegro. Entonces Amalia relata que cuando Bergoglio tenía 12 o 13 años le dio una carta en la que le proponía casarse, le prometía que iba a conseguirle una casa y le advertía que si ella no aceptaba, él se iba a meter a cura. Pero los padres de Amalia descubrieron la carta. Su madre la destruyó y su padre le dio una "paliza" a la joven. Amalia tomó distancia de Jorge. "Va a ser un gran papa. Él tenía una buena familia, eran limpios, lindos, su madre era la Virgen María", cuenta la vecina.
Compartía churrascos con la gente. Pero el arzobispo también se hizo querer en los barrios de chabolas de Buenos Aires. Después de caminar por varios pasillos entre casas de ladrillos sin revoque y de atravesar un potrero (precario campo de fútbol de tierra) se llega a la pequeña vivienda de Darío, obrero de 43 años y habitante de la Villa 20-21. “Acá estuvo Bergoglio. Él entró a bendecir”, cuenta Darío, que compartió asados y peregrinaciones por las calles de la villa junto con el papa. La mayoría de las familias del barrio tiene colgadas en sus paredes fotos de Bergoglio bautizando o confirmando a sus hijos. “Es un chabón (tío) que va a trabajar mucho con los pobres. La Iglesia mundial va a cambiar un montón. Es muy humilde, carismático, le llega a la gente”, opina Darío. Su mujer, Juana, paraguaya de 43 años, recuerda que muchas veces tomaba el autobús junto con “el Bergoglio”. “Hola, negra, ¿qué hacés?”, le decía cariñosamente el cardenal, que atravesaba solo las inseguras calles del barrio para ir de la capilla a la parada.
Tenía una religiosidad popular. El padre Juan Isasmendi, de 32 años, es uno de los cuatro que viven en Villa 20-21 y describe al papa como discreto pero cercano con ellos y los feligreses. “Tiene una enorme captación de la religiosidad popular y no se quedaba en la discusión barata de si alguien podía o no comulgar”, cuenta Juan. Una vez, los jóvenes de la capilla le hicieron una entrevista. Una chica le preguntó con gracia: “¿Para ser monja hay que ser virgen?”. “No, no hace falta”, le contestó sin ruborizarse Bergoglio
Entre otras cosas el Colegio Cardenalicio ha elegido también a un papa que se hace la comida.
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