Según la cosmovisión andina en la cultura aymara, la muerte es la continuación de la vida, y se cree que durante tres años el alma o ajayu permanece acompañando a los vivos, para después ascender a las montañas, donde se reintegra al mundo de los achachilas (antepasados).
“Por este motivo se realiza por tres años consecutivos la apxata o el altar de los difuntos, un ritual realizado en Todos Santos por los parientes cercanos de la persona fallecida”, explica el amauta y escritor Manuel Alvarado.
El armar o preparar los altares de los difuntos o mesas, también llamadas apxatas, es todo un ritual y cada uno de los elementos que las componen tienen un importante significado en la festividad de los difuntos. Los familiares suelen llevar a las tumbas de sus seres queridos —principalmente en los cementerios del área rural— alimentos, velas, flores y otros objetos ceremoniales.
Algunos investigadores consideran que el propio altar o apxata representa la montaña de los achachilas (antepasados), de donde llegan los ajayus.
El mantel de la mesa de los difuntos puede tener diferentes colores: blanco si el fallecido es un niño o negro si el difunto es una persona mayor. Otras familias suelen usar el aguayo colorido si la persona que murió fue una mujer.
Entre las tradiciones de Todos Santos que se mantienen en el área rural y en las ciudades se menciona que es importante delimitar el espacio donde se recibirá y se tendrá el reencuentro con los ajayus.
Por ese motivo se suele usar cuatro cañas largas de azúcar que adornan cada una de las esquinas de la mesa o apxata. Otros creen que estas cañas se las colocan dobladas porque sirven como “bastones” para que los ajayus se apoyen y alivien su cansancio en su largo retorno al Aka Pacha (el actual espacio y tiempo).
Las familias colocan en la parte central del altar la fotografía del ser querido —del difunto que retornará del Wiñay Marka o pueblo eterno— junto a abundante comida, flores, alcohol y hojas de coca. Otros familiares incluyen elementos católicos como cruces y rosarios. La tradición cuenta que “los ajayus vienen a comer la comida que más les gusta”, por eso existe la costumbre de colocar en las mesas los alimentos y bebida que prefería el difunto.
En la mesa también se destacan las vistosas t’ant’awawas, panes con forma humana y un colorido rostro, que es modelado en estuco y que representan al fallecido.
A los ajayus de los seres queridos se los esperan con dulces bizcochuelos, k’ispiñas (galletitas de quinua), maicillos y un sinfín de masitas o dulces de diferentes formas como las cruces católicas, escaleras para “ayudar” a los ajayus en su camino de retorno y otros elementos ceremoniales con los que se adorna la mesa que es instalada durante Todos Santos, cuando retornan los ajayus. La tradición de celebrar a los difuntos en esta festividad se mantiene como una autodeterminación cultural de los pueblos.
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