viernes, 22 de abril de 2011

Jesucristo el eterno Dios de los desheredados de la tierra

El mundo creyente en Jesucristo esta semana vive la ritualidad más importante de su creencia y fe, Cristo padece las mayores torturas para redimir al ser humano de sus males hasta culminar en la horrenda muerte en la Cruz, para luego resucitar triunfante sobre el mal.

Si retrocedemos en la historia, siempre guiados por los escritos de los evangelistas y no por las especulaciones televisivas comerciales, podemos abrir una amplia reflexión sobre la visión cristiana del bien y del mal.

Los enemigos de Jesús

Las imágenes de tormento sobre el Cordero de Dios son promovidas por su propia pertenencia étnica cultural, los judíos. Y es ejecutada por otro grupo, en este caso el invasor de su tierra y que practica otra religión, los romanos.

Pero los actores intelectuales del crimen no son todos los judíos, son los escribas, fariseos y sacerdotes, sin contar al rey Herodes que ya ejecutó una notable matanza de inocentes al nacer Emmanuel 33 años antes.

En términos sencillos, son las clases dominantes del pueblo judío de ese entonces, los escribas se puede decir que eran un grupo de intelectuales académicos y los sacerdotes, un grupo de poder que, mediante la fe, tenía y tiene, una gran influencia sobre el pueblo y sobre los grupos gobernantes. Para éstos, Jesucristo era un peligro casi incontrolable porque hablaba de libertad y redención de los pobres “es más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja, que un rico en el reino de los cielos”.

Por su parte, el poder terrenal, representado por Herodes y, por supuesto su corte, aunque sometida al imperio de turno, era nomás el grupo tomador de decisiones, cualquier persona capaz de interpretar las demandas de las clases populares y conducirlas sin necesidad de prebendas.

Mientras los autores materiales, las huestes invasoras del imperio romano, son sólo los ejecutores de un deseo del grupo dominante para evitarse problemas y revueltas. Así, el imperio en su conjunto se lava las manos como hizo su administrador.

Roma recién será enemigo del cristianismo cuando amenace el poder estructurado en su propia capital, que devendrá, a su vez, en la capital de un nuevo poder terrenal, la Roma cristianizada.

Los amigos de Jesús

“Lo que le hagan a uno de estos pobres, a mí me lo hacen”, dice Jesucristo identificando con claridad el grupo por el que predica y muere.

Sus amigos son pescadores, artesanos, prostitutas, es decir los desheredados de la tierra, ellos estarán junto con él, en los cielos.


El Cristo de los discípulos del siglo XXI

Para la generación actual, la visión de Jesucristo tiene fuertes connotaciones sociales, está marcada por personajes trascendentes en la historia social actual, Espinal, Boff, Camilo, Lefevre, Iriarte.

Es la teología de la liberación la que recupera la postura de Jesucristo en su relación con los pobres y desheredados de la tierra.

En este marco de lucha por los derechos aparecen las figuras que marchan en las protestas, hacen huelga de hambre por los derechos conculcados, enfrentan las dictaduras hasta la muerte.

Para ellos, el evangelio es una praxis no una lectura dominical, el mensaje de justicia del Redentor es una guía, no una excusa.

Al igual que Jesucristo y sus apóstoles, éstos son perseguidos, escarnecidos, torturados y muertos en ejecuciones infames.

Ellos son herederos del Evangelio y quienes los escuchan, son los cristianos reflexivos.


Cristo como excusa para matar y vejar

El discurso evangélico también se ha prestado para practicar lo que Jesús dijo que no se debe hacer, abusar y matar, robar y sembrar lágrimas.

El Cristo del facismo, el de Franco y Mussolini, y que llegó hasta los Gobiernos asesinos de Barrientos, Banzer, García Mesa, y pretende seguir existiendo en el discurso de los púlpitos del terrorismo, es totalmente contrario al Evangelio, es el cristo crucificado por aquellos fariseos, escribas y sumo sacerdotes.

¿Se imaginan a Anás, Caifás y todo su grupo predicando la palabra de Jesús después de crucificarlo? Pués eso ocurre cotidianamente en cientos de elegantes iglesias y catedrales.

Baste recordar a cierto cardenal de origen alemán que se sentía satisfecho de compartir la mesa con el dictador de turno, de llamar a las armas para eliminar al que piense diferente del nuevo imperio que controla la tierra.

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