Calaveras. Son los puentes que consignan los deseos entre la vida y la muerte. En Cochabamba, los martes y viernes se les entrega ofrendas para que se sientan alegres y la energía esté en paz.
Estamos en el corazón de una de las zonas más populosas de Cochabamba. El zaguán de la casa funciona como el umbral mismo que existe entre el día y la noche. En el camino existe una fila interminable de gente que espera su turno para “hacer ver” lo que acontece en su presente, mientras la poderosa médium a quien visitan, también recorre sus pasados y futuros.
Separados por una delgada cortina blanca que deja entrever el humo del ambiente que se corta con la luz que se filtra por una diminuta ventana, atravesamos los hilos de esos sueños que afloran en busca de superar las dolencias en las almas que un médico titulado no puede solucionar.
Cada paso que damos nos sumerge más y más en un limbo cargado de cebo, coca e interminables aromas de flor, que parecieran sostener latente un mundo subterráneo, dominado por calaveras y santos que observan el lugar.
Las paredes están marcadas por una infinidad de texturas curadas al humo de las ch´allas que se ofician en el lugar. Los muros laterales se cargan de pequeños ambientes en donde se hacen las limpias, mientras que al fondo del sótano resplandece un mueble que contiene en sus urnas a más de veinte cráneos humanos y otro tanto de imágenes religiosas que resplandecen por el brillo de la luz de las velas.
Flanquean a los cráneos flores y coronas plásticas para contentarlos en sus deseos de belleza, nos comentan. “Además, todo tiene que ver con agradecer por todos los favores que recibimos de ellos”, prosigue la persona que está encargada de “presentarnos” a tan distinguidos dueños de casa. Mientras documentamos el lugar, gente de distin-tas edades, y con seguridad también con distintos intereses, visitan a las “Ñatitas” para encenderles velas de colores.
Los martes y los viernes se les encargan ofrendas y cariños para que se sientan contentas y la energía esté en paz.
DISTINTOS TRABAJOS
Todas las calaveras tienen su nombre, y según nos explican, cada quien tiene capacidades distintas, por lo que también son ocupadas en distintos tipos de trabajo que les son encargados.
“La Lucy es buena para mirar, por eso se le encomiendan trabajos para identificar a alguien”, sostiene la médium mientras se despabila de la larga tarde de trabajo que tuvo.
Otras que no son tan efectivas en su tarea de identificación cumplen tareas de fuerza, que se ven manifiestas en la mordida de una moneda, carta, nombre o fotografía que se introducen en sus mandíbulas. Hay las que solo tienen que hacer soñar o vigilar, por lo que siempre estarán en tarea mientras exista oscuridad, sin que eso signifique que son, necesariamente, seres asociados a la magia negra.
También existen las oficiantes que cumplen tareas medicinales o de limpia, por lo que la naturaleza general de las calaveras puede estar asociada al dominio de las energías que circundan el espíritu de los vivos, haciéndose más controlable a través del oficio de los muertos.
Como fuere, estas sorprendentes tareas de onírica consistencia, canalizadas por el oficio de las calaveras que interceden por el conocimiento y la capacidad de la médium, son espacios de etérea naturaleza solo posible a través del espíritu que habita todo cráneo humano, a manera de puentes en los que se consignan deseos entre la vida y la muerte.
EL MISTERIO DE LA MUERTE
El culto a las calaveras o ñatitas como se las conoce en nuestro medio, es bastante antiguo. En la actualidad toda la región andina de Bolivia consigna ritos y rituales al intercambio de bienes simbólicos entre vivos y muertos, por lo que esta práctica clandestina ha superado la misma extirpación de idolatrías que se habría desarrollado en la colonia, remozándose y adaptándose a distintas temporalidades y momentos de la historia.
Desde el hueso mismo hasta la confección de gorros y sombreros particulares, así como el uso de gafas Ray-Ban, las calaveras son representaciones que proyectan los seres humanos, siempre a manera de puentes que explican lo incontenible de las fuerzas que rigen en la vida de los seres humanos y constituyéndose así en pruebas tangibles del gran misterio que significa la muerte, desde la mirada de los vivos.
Finalmente, aunque esa extraña atracción y morbo por sentir, ver qué es, y lo que está más allá de la muerte no son necesariamente un interés exclusivo del mundo andino, sino más bien son un rasgo muy humano que se ve en distintas culturas del mundo, es conveniente resaltar que los tiempos y espacios en los que se ha modelado esta práctica han desenvuelto rasgos locales que no se alejan de la definición de nuestra identidad cultural.
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