El teólogo brasileño Leonardo Boff es un personaje clave
para entender quién es Benedicto XVI, y qué espera el catolicismo más
progresista de esta nueva etapa en la Iglesia. Porque es uno de los
teóricos de la Teología de la Liberación, conoce a Joseph Ratzinger
desde que estudiaba en Europa y cuando el alemán dirigió a la
Congregación para la Doctrina de la Fe, hizo todo para expulsarlo, como
él mismo cuenta en este reportaje. La entrevista original fue realizada
por el diario conservador Folha de São Paulo pero el propio Boff,
indignado por los recortes que le hicieron para publicarla, decidió
subirla en su blog en forma completa.
¿Cómo recibió la renuncia de Benedicto XVI?
Yo
desde el principio sentía mucha pena por él, pues por lo que conocía,
especialmente de su timidez, imaginaba el esfuerzo que debería hacer
para saludar al pueblo, abrazar a las personas, besar a los niños.
Estaba convencido de que un día él aprovecharía alguna ocasión sensata,
como los límites físicos de su salud y el menor vigor mental, para
renunciar. Aunque se mostró como un papa autoritario, no estaba apegado
al cargo de papa. Me sentí aliviado, porque la Iglesia está sin un líder
espiritual que suscite esperanza y ánimo. Necesitamos otro perfil de
papa, más pastor que profesor, no un hombre de la Iglesia-institución
sino un representante de Jesús, que dijo: "Si alguien viene a mí, no le
echaré fuera" (Evangelio de Juan 6,37), ya fuera un homoafectivo, una
prostituta, un transexual.
¿Cómo es la personalidad de Benedicto XVI, ya que usted mantuvo cierta amistad con él?
Conocí
a Benedicto XVI en mis años de doctorado en Alemania, entre 1965-1970.
Oí muchas conferencias de él pero no fui alumno suyo. Él leyó mi tesis
doctoral: "El lugar de la Iglesia en el mundo secularizado" y le gustó
mucho, hasta el punto de buscar una editorial para publicarla, y era un
ladrillo de 500 páginas. Después trabajamos juntos en la revista
internacional Concilium, cuyos directores se reunían todos los años en
la semana de Pentecostés en algún lugar de Europa. Yo la editaba en
portugués. Esto fue entre 1975-1980. Mientras los demás hacían la
siesta, él y yo paseábamos y conversábamos sobre temas de teología,
sobre la fe en América Latina, especialmente sobre San Buenaventura y
San Agustín, de los cuales él es especialista y a los que yo hasta hoy
frecuento a menudo. Después, en 1984, nos encontramos en un momento
conflictivo: él como juez mío en el proceso del ex Santo Oficio, movido
contra mi libro “Iglesia: carisma y poder”. Ahí tuve que sentarme en la
silla donde, entre otros, se sentaron Galileo y Giordano Bruno. Me
sometió a un tiempo de "silencio obsequioso", tuve que dejar la cátedra y
me fue prohibido publicar cualquier cosa. Después de esto nunca más nos
volvimos a encontrar. Como persona es finísimo, tímido y extremadamente
inteligente.
(...)
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