"Milagrosamente estoy viva", repite una y otra vez Carolina Balbuena. Es argentina, tiene 41 años, hace diez que vive en España y hace cuatro que le diagnosticaron cáncer. Una fuerte recaída la tuvo "entre la vida y la muerte". Perdió capacidades del habla, de la visión y de motricidad. Sin embargo, esa cuesta abajo tuvo un quiebre y se transformó en cuesta arriba en cuestión de días. En realidad, en un solo día, según ella misma remarca: el miércoles 10 de abril de 2013, cuando viajó al Vaticano y recibió la bendición del papa Francisco.
En 2009, a Carolina le diagnosticaron cáncer de mama y a los siete meses debió dejar su trabajo de administrativa en un centro de pilates por la debilidad de su salud. Tiempo después, una primera recuperación le permitió recuperar fuerzas y, ante la dificultad de que la contraten por su enfermedad, puso un local de ropa en Alicante, adonde se mudó hace diez años.
Después de los altibajos típicos de la enfermedad, y con metástasis en los pulmones, sufrió su mayor recaída en enero de este año. Entró en una espiral de la que creyó no podría salir.
"En enero, el cáncer se dispara a todos los órganos, al hígado, a los huesos de la cabeza, a los ganglios, a la retina. Pierdo un 70% de visión porque la metástasis estaba atrás del ojo. Lo único que hay para eso es quimioterapia. Hago dos ciclos de quimioterapia muy fuerte y no resisto porque me bajan mucho las defensas", relata Carolina a LA NACION desde su casa, y remarca que en ese momento no podría haber tenido esta conversación porque su capacidad de habla era limitada.
"En ese momento, no creía en Dios para nada, estaba muy renegada", cuenta Carolina, quien tuvo una formación evangelista de pequeña pero que tuvo un marcado interés por el catolicismo -la religión de su actual ex marido-, por lo que decidió bautizar a sus dos hijas, que hoy tienen 12 y 15 años. Ese escepticismo que le despertaba la religión a comienzos de año cambió el 13 de marzo, cuando escuchó en las noticias que su compatriota Jorge Bergoglio sería el nuevo jefe de la Iglesia Católica.
"Fue una alegría para mí porque vi algo en él. A partir de ahí algo en mi corazón dice «Lo tenés que ir a ver, lo tenés que ir a ver»", rememora. Los costos fueron el primer obstáculo ("Imaginate que estamos en crisis acá en España", subraya), pero ella no bajó los brazos: "Algo en mi corazón me decía que yo soy católica".
El encuentro con Francisco
El 19 de marzo, el día en que el Papa volvió a ser protagonista ineludible en todos los canales de noticias por su asunción, Carolina llamó a una amiga española, Ana Torres Benedito, y le imploró que hiciera algo para poder ir a ver a Francisco. "Caro, es súper difícil lo que me pides", le contestó Ana. Pero lo intentó igual. Al día siguiente ya había logrado que un grupo de monjas le consiguieran entrada para ir a una audiencia general -que el Papa encabeza todos los miércoles-, y colectar la suficiente cantidad de dinero (entre amigos y la parroquia) para sustentar el viaje de un día. Pese a las limitaciones de su salud, que impedía que Carolina se moviese sola y la obligaba a usar una silla de ruedas, su oncóloga, la doctora Nieves Díaz Fernández, la incentivó para que fuera.
El 10 de abril, Carolina llegó al Vaticano cargada de ansiedad. "Estuve en un albergue de unas monjitas. La noche anterior empecé a hablar con Dios y le dije que si permitió que vaya ahí, era por algo. Y sentía que iba a recibir su bendición. Le dije que me pusiera en el mejor sitio para que yo lo pueda ver [al Papa]", cuenta.
"Efectivamente me ponen en un lugar donde justamente sale el papamóvil. Yo llevaba la bandera argentina y la camiseta de San Lorenzo, así que me tenía que ver. Él pasa con el papamóvil, yo me levanto y le digo: «Su Santidad, necesito su bendición». Él me dice «luego, luego» y me hace la señal de la cruz". Durante la catequesis, ella estuvo invadida por la esperanza y la expectativa, y cuando Francisco volvió a subirse al papamóvil para salir de la Plaza San Pedro y saludó a los fieles como suele hacer, frenó enfrente de Carolina.
"Sólo el estar frente a él es como una energía, una fuerza, una presencia de Dios. Viene a mí y me reza. Yo le digo: «Tengo cáncer, pero creo en Dios y en los milagros y gracias a usted volví a creer en Dios». Me dice «Ojalá, ojalá, ojalá». Me bendice. Bendice a mi amiga, que es la que hace toda la fuerza para que yo pueda ir. Le muestro la firma de mi oncóloga y le pido que la bendiga porque ella cura a los enfermos. Me bendice dos veces. Y la vuelve a bendecir a ella [la oncóloga]. Le digo «Su Santidad, ¿le puedo dar un beso?». Yo pensaba darle un beso en la mano, pero él se agacha me da un beso y me dice: «Que Dios te bendiga». El guardaespaldas también me da la mano, porque era un momento muy emotivo. Con su mirada me transmitió todo. Él pudo ver mi dolor", dice Carolina, aunque siente que no le alcanzan las palabras para relatar ese momento.
El regreso
El mismo día, Carolina regresó a España y se sentía totalmente cambiada, aunque su enfermedad se seguía manifestando y la llevó a un límite. "Pude estar parada, con mucha energía, pero lamentablemente tuve otras recaídas en la cabeza, en la meninge. Vomitaba mucho. La cosa no iba bien. Pero todo el tiempo pensaba en que yo estaba bendecida, en que esto iba a funcionar. Fueron dos meses muy malos, en los que estuve entre la vida y la muerte", expresa.
Esos dos meses incluyeron tres semanas de internación, en los que los médicos le decían que le quedaban "muy pocos días de vida".
"Todo el tiempo mi energía, mi pensamiento, era «estoy bendecida». El proceso que tuve que pasar en este tiempo, todo fue pensando en el momento en el que yo estuve con él", continúa.
"Y de repente me empiezo a poner bien", subraya. Su recuperación llevó a que el lunes pasado le dieran el alta en el Hospital de San Juan de Alicante porque el cáncer "se está reduciendo". Los nódulos de las metástasis eran externos, por los que ella pudo verlos achicarse gracias a la quimioterapia que ahora puede resistir sin problemas. Le quedan cuatro ciclos, cada 21 días, de los seis que conforman el tratamiento.
"No tengo ni un solo síntoma de quimioterapia. Hace una semana hago vida totalmente normal. Puedo caminar, cocino, manejo", dice, sorprendida por haber recuperado una rutina que logró apreciar. "Estoy viva", reflexiona en voz alta.
"Las médicas [la de paliativos y la oncóloga] dicen que es un milagro", comenta, después de afirmar varias veces que "milagrosamente" está viva. Ella está convencida de eso, al igual que todo su entorno, incluso su oncóloga, que es atea, y muchos amigos que no creen en Dios.
Ella, por lo pronto, tiene planes de bautizarse ("Me voy a hacer de la Iglesia católica por elección", dice orgullosa) y va todos los domingos a misa. Además, cuando termine con el tratamiento de quimioterapia, quiere volver al Vaticano para agradecerle al Papa junto a Ana, su amiga incondicional.
"Yo creo que el cáncer es una enfermedad muy dura que se controla. No es tan fácil decir «No voy a recaer». En este momento tengo una fe agregada por todo lo que he vivido espiritualmente, que antes no tenía. El papa Francisco cambió mi vida", concluye, con la idea de que su experiencia despierte la fe alrededor del mundo
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