El misterio magno del cristianismo es el de la transubstanciación del Cristo en el pan de vida y la sangre de redención. Muy pocos comprenden este maravilloso proceso esotérico-espiritual mediante el cual, El Cristo verdaderamente se transubstancia con la materia y la energía, cristificándolas.
Es necesario saber que Cristo es mucho más que sólo el personaje Jesús histórico, que vivió hace más de 2.000 años en el Medio Oriente. Cristo es lo que es, lo que siempre ha sido y lo que siempre será, es una realidad latente de instante en instante. El Cristo es la vida que palpita en cada átomo, como palpita en cada Sol, es una fuerza cósmica, llamada Logos Solar, o Cristo Cósmico que se sacrifica desde el amanecer de la vida, crucificándose en toda la creación, para que todos los seres tengan vida y la tengan en abundancia. Cristo, en sí mismo, es el Fuego Sagrado, el fuego cósmico universal, el fuego viviente y filosofal que hace fecunda la materia, es INRI, (Ignis Natura Renovatur Integram, El fuego que renueva incesantemente la Naturaleza).
Esta fuerza cósmica se puede expresar a través de cualquier hombre que está debidamente preparado. Un día se expresó a través del gran maestro Jesús. Cristo se expresa, realmente, a través de cualquier hombre auto-realizado y perfecto. Así es como el Cristo ha instruido siempre a la humanidad. También se expresó a través de Hermes Trismegisto, del Buda Gautama Sakyamuni, de Quetzalcóatl, el cristo azteca, de Thunupa el cristo andino, Fuji el cristo chino, etc. Cristo es aquel rayo purísimo, inefable y terriblemente divino que resplandeció como un relámpago en el rostro de Moisés, allá en el monte Nebo. Cristo es una sustancia cósmica, la sustancia de la verdad, Cristo es la verdad y la vida. Cuando un hombre asimila al Logos Solar en lo físico, en lo psicológico y en lo espiritual se cristifica, se transforma en El, se transubstancia con El convirtiéndose en un Cristo viviente.
Jesús experimentó todo esto en su propia vida, convirtiéndose en Jesús el Cristo, levantando al Hijo del Hombre dentro de sí, y nos enseña cómo hacerlo mediante el evangelio de San Juan, 6: 25 – 59:
"Trabajad, no por la comida que parece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará; porque a éste señaló Dios el Padre, que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo. Yo soy el pan de vida; el que a mí viene, nunca tendrá hambre; y el que en mí cree, no tendrá sed jamás. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en El, tenga vida eterna; y Yo le resucitare en el día postrero. De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida, para que el que de él come, no muera. Y soy el pan vivo que descendió del cielo; si alguno comiere de este pan, vivirá para siempre. Si no coméis la carne del hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tendrá vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero. Porque mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, en mi permanece, y yo en él."
El Cristo Intimo, el fuego celestial, debe nacer en nosotros y encarnarse, humanizándose para salvarnos, ese es el cordero inmolado que quita los pecados del mundo. El Cristo encarnado en el hombre lo transforma radicalmente, quebrantando las raíces del mal, desarrollando el amor que se manifiesta como sabiduría en acción.
Llena tu cáliz con el vino sagrado de la luz, recuerda que el fuego viviente secreto y filosofal, arde dentro de tu propia tierra filosofal, (tu cuerpo). Ahora ya comprendéis el oculto misterio del ritual del fuego, la transustanciación del Cristo en nosotros. Necesitamos encarnar al Cristo, al espíritu del fuego, hacerlo carne en nosotros. En tanto no lo hayamos hecho, estaremos muertos para las cosas del espíritu, porque Él es el camino, la verdad y la vida.
La consagración del pan y del vino en toda ceremonia religiosa crística es un rito poderoso que nos ayuda a encarnar al Cristo en nosotros. En la ceremonia átomos crísticos descienden desde las regiones superiores del Cosmos, coagulando y cristalizando en el pan y en el vino del gran banquete, pasando definitivamente a los organismos físicos de los devotos, para incitar a todos los átomos orgánicos en el trabajo de la cristificación, para impulsarlos con su dinamismo, con su verbo, para alimentarlos dentro de las armonías universales, para impulsarlos, en forma muy seria, hacia la autorrealización.
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