Era el 26 de junio de 1936. En la Catedral de las Palmas de Gran Canaria (España), los feligreses de la ciudad celebraban la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Manuel Pérez y Juana Rodríguez también festejaban, pero en el hospital de la capital, por la llegada de su segundo hijo, a quien bautizaron con el nombre de Jesús. Desde temprana edad, el pequeño Jesús recibió de sus progenitores valores y principios religiosos que marcaron su vida hasta que conoció a los franciscanos. Fueron ellos, los Frailes Menores, que también influyeron en su vocación sacerdotal. A su corta edad, Jesús decidió entrar al Seminario de San Francisco y, a sus 24 años, cuando estudiaba Teología, fue seleccionado junto a otros seis seminaristas para venir a Bolivia. Era un 26 de julio de 1960, los gobiernos militares bolivianos se enfrentaban al surgimiento de movimientos guerrilleros y populares que buscaban generar transformaciones en el sistema. En ese contexto, el joven seminarista llega a Sucre, donde años más tarde fue ordenado como diácono, presbítero y obispo por el cardenal alemán José Clemente Maurer, un ícono en la historia de la Iglesia en Bolivia; aunque parezca increíble la fecha de su nacimiento y de sus ordenaciones coinciden con la festividad del Sagrado Corazón de Jesús. "Para mí no son coincidencias, son signos del amor de Dios", dice. Desde hace 52 años, el monseñor Jesús Pérez desempeñó cargos importantes en diferentes instituciones ligadas a la Iglesia católica. El ahora arzobispo de Sucre y primado de Bolivia tiene 76 años y cumplió las bodas de oro de vida sacerdotal. Confiesa que se considera un boliviano más, ha perdido el acento español y también parte de su pelo por el paso del tiempo. Su deseo es morir en Bolivia y ser enterrado en la Catedral de la capital de Bolivia.
P. Padre, ¿cómo nace su vocación sacerdotal?
J.P.R.: Nace en mi familia. Mis padres, que engendraron siete hijos varones y dos mujeres, deseaban con mucha fe que varios de sus hijos sean sacerdotes, aunque la vocación es un don de Dios, la realidad de la vivencia especial de los padres es el instrumento humano del que Dios se valió para que la vocación naciera y creciera en mí.
P. ¿Tuvo influencia de alguna orden religiosa?
J.P.R.: Bueno, yo desde pequeño iba mucho a la misa, a una iglesia de los franciscanos. Ahí fue donde nació mi vocación. Ellos eran muy asequibles y humildes, eran verdaderos frailes de nave como dice San Francisco el fundador de los franciscanos, cuyo nombre es la "Orden de los Hermanos Menores". De ahí nació mi afición a la orden de los franciscanos.
P. De no haber sido sacerdote, ¿qué otra profesión hubiera estudiado?
J.P.R.: Me gustaba mucho la medicina, el ayudar a cuidar y defender la vida; sin embargo, ver la sangre me retrajo de esa profesión.
P. En su experiencia, ¿qué ha sido lo más satisfactorio y lo más difícil en su 50 años de vida consagrada al sacerdocio?
J.P.R.: Lo más satisfactorio es ver cómo las personas acogen la palabra de Dios, cómo en la enfermedad, en los sacramentos, las personas recobran una paz profunda que nace del corazón. También el momento de ayudar a tantas personas perseguidas en Bolivia a escapar en tiempo de dictadura y en los últimos tiempos. Creo que el haber ayudado a salvar vidas es una de las grandes satisfacciones. Y lo difícil es a veces no poder llegar a todos con la palabra.
P. ¿Cuáles han sido los episodios que han marcado su vida?
J.P.R.: Mi vida ha estado muy bendecida. Yo fui ordenado en Sucre como diácono, presbítero y obispo por el cardenal alemán José Clemente Maurer, el primer cardenal extranjero nombrado en Bolivia. Hay una festividad religiosa del Sagrado Corazón de Jesús, que normalmente cae en junio, pero es una fiesta con fecha movible. Yo nací el 19 de junio y era solemnidad de Sagrado Corazón de Jesús. Me ordenaron de sacerdote el 29 de junio, fui nombrado obispo el 14 de junio de 1985 y también era festividad de Sagrado Corazón de Jesús. Para mí no son coincidencias, son signos del amor de Dios.
P. ¿Alguna vez se imaginó llegar a este día y celebrar 50 años de sacerdocio?
J.P.R.: Nunca me imaginé. Cuando tenía 12 años tenía una idea de que a los 40 años iba a terminar mi existencia, pero no fue así. Ya tengo 76 años.
P. ¿Cuál es su sueño?
J.P.R.: Es que el Sexto Sínodo que hemos celebrado con un plan pastoral 2011-2016 que se lleve adelante. Un concilio como el Vaticano II todavía no se ha puesto totalmente en práctica. El Sexto Sínodo es lo más grande. Para mí lo más grande es la renovación de la Iglesia.
P. ¿Cómo ve la situación del país? ¿Qué es lo que más le preocupa?
J.P.R.: Creo que Bolivia es un país privilegiado, parece que Dios lo acompaña más que otros países. Yo pienso que la profunda religiosidad popular y el carácter tan amable de la gente han sido muy importantes en muchos momentos históricos de Bolivia para evitar una confrontación, de un enfrentamiento y de una guerra civil. Creo que lo importante en este momento es la unidad, que sepamos trabajar juntos tanto dentro como fuera de la Iglesia. Tenemos que aprender a respetarnos y unirnos para sacar a Bolivia adelante. Bolivia tiene posibilidades de mejorar, de crecer y de ser un país grande. Esta es mi ilusión, nunca la he perdido y creo que llegará el momento.
P. ¿Cuáles son los desafíos de la Iglesia católica en Bolivia?
J.P.R.: La formación permanente en la que se preparan para el sacerdocio y en los propios sacerdotes. Si no leen, si no estudian y se ponen al día, su ministerio queda empobrecido. También hay que trabajar en la formación de los laicos. La reunión de Aparecida insiste precisamente en esto, en la necesidad de la formación permanente y de sacrificio.
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