Entre la multitud que atesta estos días el Santuario de Fátima, una mujer sexagenaria se abre paso a duras penas para recorrer hasta el final un pasillo de 300 metros que desemboca en la capilla, y no descansa hasta conseguirlo.
Con dificultades para ponerse en pie por el dolor, asegura: "Valió la pena”. Manuela Moreira, de 63 años, acaba de cumplir una promesa que le hizo un día como hoy, hace un año y en este mismo lugar, a la Virgen de Fátima.
Tras recorrer casi 200 kilómetros a pie en los últimos 13 días, cumple el último tramo de rodillas (sin protección), acompañada de su hija, quien de pie avisa a los que no respetan el pasillo para que se retiren y la dejen pasar. "El año pasado mis hijos estaban sin trabajo y ahora ya tienen empleo. Siempre hay que creer y tener fe, no podemos bajar los brazos”, explica, todavía con la respiración entrecortada por el esfuerzo realizado.
La historia de esta mujer portuguesa es sólo una más entre las de cerca de 200.000 almas que se apiñan en torno a un hermoso altar, por momentos en medio de un silencio sobrecogedor, mientras crepita una pira de fuego donde los peregrinos tiran toneladas de velas de cera.
Bienvenidos al Santuario de Fátima, en la zona centro de Portugal, donde hace 98 años, tres niños pastores fueron testigos de las apariciones de la Virgen y les fueron revelados tres secretos, según el relato oficial de la Iglesia Católica.
Las apariciones marianas arrancaron un 13 de mayo de 1917, en una zona prácticamente sin población, un descampado conocido como Cova de Iria.
Hoy se ha convertido en un municipio -llamado así oficialmente desde 2003- que vive por y para los peregrinos, con decenas de hoteles, bares y tiendas de souvenirs religiosos.
"Si no se llega a aparecer la Virgen, no creo que estuviéramos aquí”, admite Jacinta Marto, una de las vecinas de la localidad, propietaria de uno de estos comercios y que afirma que es, a la sazón, prima segunda de uno de los tres pastorcillos protagonistas del milagro, todos ellos ya fallecidos, y que albergaron durante años los llamados Misterios de Fátima. (EFE)
Entre el fervor y el negocio
En estos días, el pueblo se ve desbordado por la llegada de miles de peregrinos y los alrededores del santuario portugués están llenos de tiendas de campaña, mesas de camping y sillas plegables.
Frente al trajín y la algarabía que se respira en el exterior, en el interior del recinto -todo al aire libre- el ambiente es, por momentos, cargado y solemne, con rezos multitudinarios, velas encendidas y ojos enrojecidos por las lágrimas.
La parte más turbadora llega con las ofrendas de miles de figuras de cera a la Virgen, que varían en función de en qué área quiere ayuda cada peregrino. Hay reproducciones de bebés enteros -el que mide un metro se vende a 65 dólares-, pero también de cabezas, pies, piernas, ojos, páncreas o, incluso, cosas más terrenales como casas y autos.
La mayoría de peticiones y promesas están relacionadas con la salud y son muchos los que coinciden en atribuirle a la Virgen de Fátima dotes milagrosas.
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