La festividad de la Virgen de Urkupiña en La Paz gana más adeptos, según fieles que la visitan cada año y los vecinos del barrio que la acoge, Urkupiña, cerca de la avenida Periférica. La celebración empezó el sábado y concluirá el domingo.
Juan Martínez, un cochabambino que desde hace 30 años reside en La Paz, se considera un fiel devoto. “Éste es el quinto año que vengo a la fiesta del barrio, la Mamita ha sido muy buena conmigo”, dice.
De acuerdo con Martínez, la fiesta ha crecido desde la primera vez que asistió, hace cinco años. “Cada vez veo más gente de otros lugares, incluso muchos turistas vienen a la entrada (folklórica)”.
Carmen Aguilera, vecina del barrio, comenta que en los recientes diez años la festividad se ha hecho más grande. “Ahora dura una semana; cuando me mudé no era tan larga, ni tan llena”, recuerda.
La fiesta comenzó el sábado con una entrada folklórica y concluirá el domingo con la nominación del nuevo preste.
En la puerta del templo, Petronila Sosa indica el camino que deben seguir los nuevos devotos, quienes llevan en las manos las piedras que acaban de sacar del lecho del río Itapallani.
“Si es la primera vez que viene, tiene que hacer bendecir sus piedras en la iglesia; si viene a devolverlas, tiene que pagarle a la Virgencita”, explica Sosa, en cuyo puesto de venta hay un piedra grande a la que echa alcohol continuamente. “Es para mantener viva la promesa”, justifica.
Los “favores”
Una feria de la miniatura se instaló ayer en puertas de la capilla, donde los creyentes podían comprar réplicas desde autos, títulos universitarios, dinero y casas, hasta certificados de buena salud. Estos objetos representan los “favores” que los fieles piden a la Virgen, patrona de Quillacollo, en Cochabamba.
Según algunas vendedoras, la venta fue buena en las primeras horas de la mañana y aunque no había mucha gente, ellas confían en que se llenará en los próximos días. Durará hasta el domingo.
“A esta hora (10:30), los feligreses van a la iglesia”, explica Mercedes Huanca, fiel a Urkupiña desde hace diez años.
A medida que se acercaba el mediodía, las actividades se intensificaban en las afueras del templo. Los feligreses que salían de la iglesia se sentaban en improvisadas sillas y degustaban la sajta, fricasé y chicharrón que preparaban frente a sus ojos. En tanto, la cerveza comenzaba a llegar en camiones que desafiaban la gravedad, porque subían por la empinada cuesta que lleva al barrio de Urkupiña.
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