domingo, 30 de septiembre de 2012
Carmelitas , la austera vida en los conventos de clausura
Por muchos siglos fueron lugares casi inexpugnables para el ciudadano común y corriente. Eran todo un misterio y fuente de innumerables mitos y leyendas, pero a partir del Concilio Vaticano Segundo (1962-1965) los conventos de claustro empezaron a abrir sus puertas y revelaron detalles de la vida contemplativa de los religiosos que vivían en ellos, (su principal característica era el aislamiento con el mundo externo), pero también desvelaron un importante legado arquitectónico y cultural que se ha conservado gracias a quienes los han habitado.
Los conventos de Santa Teresa de Jesús de la orden Carmelitas Descalzos son un buen ejemplo de ello. Los de Potosí y Cochabamba ya han sido convertidos en museos y el de Sucre parece que va en ese camino. Pero no se trata de museos donde solo se exponen objetos, ya que aún siguen siendo habitados por las religiosas de la congregación, que mantienen una vida discreta y con el espíritu que las ha caracterizado, que es la de orar en favor de las demás personas. Ellas, además, se mantienen con los ingresos que les genera la venta de productos que fabrican y que entre otras cosas son: hostias, vino, cirios, repostería, indumentaria que usan los sacerdotes en las celebraciones y hasta licores como el ‘anizado’ o la ‘leche de tigre’. Estos productos son muy cotizados en la capital del país.
En el monasterio capitalino viven 60 monjas. Todas son bolivianas. Se accede a él a través de una puerta centenaria que tiene como timbre una cuerda con una campana.
La mayoría de las ventas todavía se hace a través del ‘torno’, que es una puerta giratoria en la que uno deposita el dinero y donde recibe los productos sin que se vea el rostro del comprador ni de quien entrega el recado. “Yo ingresé a la orden cuando las normas aún eran más extrictas, porque incluso no se podía ir a visitar a los padres y en las pocas oportunidades que se salía a la calle se lo tenía que hacer con un velo sobre el rostro”, recuerda Cecilia Núñez (74), una de las religiosas de origen potosino que vive hace más de 30 años en el claustreo de la calle San Alberto esquina Potosí.
El convento de Sucre fue fundado por el arzobispo Gaspar de Villarroel en 1665, que era devoto de Santa Teresa de Ávila y se creó gracias a la donación de tres mujeres adineradas, que pusieron la mayor parte de su capital para ese fin.
La edificación tiene tres patios en forma cuadrada y en sus corredores se encuentran las celdas o aposentos de las religiosas. Su iglesia de una sola nave es de estilo barroco (foto principa). Se dice que fue allí donde Juana Azurduy fue internada por su tía al quedar huérfana. Sin embargo, apenas estuvo unos meses debido a su carácter rebelde.
Ese no fue el caso de Ifigenia Peralta (42), la única religiosa cruceña en el convento. Ella cuenta que a los 16 años decidió dejar su hogar en Quirusilla (Florida) y dedicar su vida “al servicio de Dios”. Recuerda que la noticia no fue bien recibida por sus padres, pero ella siempre estuvo convencida de que ese era el camino que debía seguir.
De allí también partieron las tres monjas que en 1760 fundaron el convento que hoy se encuentra en Cochabamba, a tres cuadras de la plaza 14 de Septiembre.
Entre sus atractivos se encuentran la sala capitular donde hay un retablo de estilo barroco realizado por artistas de la localidad de Arani; su arquitectura colonial es también de destacar, como también la ermita del calvario, que data de 1767. Al lado del museo, abierto a todo el público viven las religiosas. Ellas aún mantienen poco contacto con el exterior.
(Continúa)
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