Ha terminado la Pascua el domingo pasado con la celebración de Pentecostés. Hoy celebramos la fiesta de la Santísima Trinidad, que es como un corolario de todas las fiestas que en el tiempo pascual hemos celebrado. Esta fiesta no sería de por sí necesaria, porque en toda oración comunitaria y en toda fiesta nos dirigimos al Dios uno trino. La plegaria comunitaria es vida, es la vida de los cristianos. No es como un algo que se soporta pasivamente, es, ante todo, una realidad que es vida, que la vive el creyente en Jesús con gozo. La vida cristiana es un continuo encuentro con el Dios trinitario, Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo que habita en nosotros. Esta verdad y realidad del Dios inefable que está en el que le ama a Dios y cumple sus mandamientos, pasa por la ascesis cristiana.
En la primera lectura de esta fiesta, Proverbios 8, 22-31, se nos invita a reflexionar sobre las maravillas de la creación cósmica, y afirma que la Sabiduría, personificada, ya existía antes que comenzara la creación del mundo. Dios ha creado el mundo “con sabiduría y amor”. La lectura nos describe poéticamente, incluso “lúdicamente”, la evolución por la que se fue configurando el mundo que habitamos y que nos encanta. La Sabiduría, en primera persona, dice que “ya estaba junto a él, yo era su encanto cotidiano, todo el tiempo jugaba en su presencia”.
Dios se ha ido revelando, a través de todo lo creado, especialmente en su obra maestra: el hombre y la mujer. El salmo 8, que es respuesta a la lectura, expresa maravillosamente, la obra de la creación realizada por Dios: ” ¡Qué admirable es tu nombre en toda la tierra!”. Dios ha querido darse a conocer por la creación del hombre, pues lo hizo “poco inferior a los ángeles”.
Al papa San Juan Pablo II, nunca le agradeceremos lo suficiente por su encíclica sobre el domingo, Dies Domini de 1998. Él dedica el primer capítulo a la valoración del domingo como día de la creación. En el libro del Génesis, después de cada “día” de la creación, se dice: “y vio Dios lo que había hecho y era bueno”. Pero en el día que creó al hombre y a la mujer su exclamación es: “y vio que era muy bueno”.
La revelación del Dios único de la biblia que se ha ido manifestando progresivamente, alcanza su plena transparencia en el Hombre-Dios que es Jesucristo, palabra e imagen suya, hecha carne humana. Dios ha revelado a través de Jesús el gran misterio de la Santa Trinidad. Algo que rechazaron totalmente los judíos. Jesús habla de Dios, su Padre, y expresa claramente que es Hijo de Dios. Que se hizo hombre para salvarnos y redimirnos del pecado y congregarnos en el pueblo santo de Dios que es la Iglesia. También nos dijo que Dios es Espíritu Santo, don y amor que nos santifica y nos da conciencia de nuestra adopción filial. Este es el Dios que nos ha revelado Jesús y en el que creemos, como profesamos en el credo.
A Jesús debemos también que nos haya enseñado a hablar con Dios, tanto con su palabra como con su ejemplo. Nos dice que hay que hablar con Dios como se habla con un padre, sobre todo, en la intimidad de nuestro interior. Dios nos escucha en lo profundo del corazón. El corazón de cada uno es el templo por excelencia para el encuentro gozoso con Dios. Cada día nos damos cuenta que Dios está cerca y lejos, es presencia y es admirable misterio.
Hoy, la fiesta de la Santa Trinidad, no es un día, tanto para explicar el “misterio de la Trinidad” sino para recordar y celebrar cómo ha actuado y cómo sigue actuando Dios en bien de nosotros y cómo toda nuestra vida está marcada y orientada por su amor. Nuestra vida entera, la vida del cristiano, es trinitaria, desde el principio hasta el final de nuestra existencia. Dios, uno y trino, ha querido por su benevolencia morar en nosotros mucho mejor que en los templos más grandes y preciosos. No son los templos materiales lo más importante y lo más santo ante Dios, sino la persona que ha sido consagrada y dedica al Señor el día del bautismo.
Dios ha optado por la persona y, sobre todo, desde que su Hijo, Jesús, se hizo uno de nosotros, semejante en todo, menos en el pecado. Con su Encarnación, Muerte y Resurrección, nos ha dado nueva vida, la vida trinitaria, la que tiene el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El apóstol Pablo lo expresa así” “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que nos ha sido dado”. Como dice San Irineo: “la gloria de Dios es el hombre que tiene su vida”.
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