L a voluntad reformista de Francisco suscita serios conflictos entre los jerarcas del Vaticano, algunos de los cuales esperan "mirando el reloj" a que termine el pontificado, según el vaticanista Marco Politi, autor del libro "Francisco entre los lobos".
Se habla de protestas internas, de intrigas contra el Papa argentino por su estilo, que no gusta a algunos. Hay quienes esperan que renuncie, algo que él mismo no ha excluido, según ha dicho.
El Papa está preocupado. "El Papa está preocupado. Antes de Navidad confesó a un amigo latinoamericano que “lo único que pido al Señor es que el cambio por el que he hecho tantos sacrificios personales no sea como una estrella fugaz”. Hay un elemento que muchos no tienen en cuenta: este Papa y el pontificado tienen término. Eso significa que las fuerzas de oposición esperan mirando el reloj a que termine el pontificado y se digan: en unos cuatro a cinco años todo se acaba. La idea de dejar pasar el tiempo refuerza a la oposición. Algo que no ocurría con los otros papas, porque no renunciaban".
Sorprende a la gente. Muchos más, desde líderes mundiales a católicos de infantería, han ido volviendo la vista hacia el Vaticano sorprendidos por la rotundidad con que Francisco ha clamado contra el sistema económico mundial, ha criticado la mundanidad de la curia, ha llorado con las madres africanas que pierden sus hijos en el mar de Lampedusa o se ha mostrado comprensivo y tolerante —“¿Quién soy yo para juzgar a los gais?”— con quienes hasta ahora solo habían cosechado soledad y desprecio por parte de la jerarquía eclesiástica.
Lo que le está granjeando enemistad. Hay, sin embargo, un hecho lateral, insignificante casi, que retrata muy bien la personalidad de Bergoglio y la impronta que quiere dejar en la Iglesia. Sucedió en Río de Janeiro.
A su llegada a la ciudad brasileña, la comitiva de Francisco, a bordo de un pequeño utilitario y protegido por una escolta mínima, equivocó la ruta desde el aeropuerto a la Catedral y se vio rodeada por una multitud. Ya en el vuelo de regreso a Roma, un periodista preguntó al Papa si no era una temeridad viajar así, a cuerpo gentil, con la ventanilla abierta. El hasta hacía poco obispo de Buenos Aires dijo: “Gracias a que tenía menos seguridad he podido estar con la gente, abrazarla, saludarla sin coches blindados. La seguridad es fiarse de un pueblo. Siempre existe la posibilidad de que un loco haga algo, pero la verdadera locura es poner un espacio blindado entre el obispo y el pueblo. Prefiero el riesgo a esa locura”. En esa explicación se esconde la clave para entender por qué el Papa habla como habla —de forma sencilla, sin preocuparse de lo políticamente correcto, hasta metiendo la pata a veces— y hace lo que hace, a pesar de que sus tres grandes decisiones de puertas para adentro —reforma de la curia, limpieza de las finanzas vaticanas y lucha frontal contra la pederastia— le estén granjeando la enemistad
Decidido a limpiar la Iglesia. Jorge Mario Bergoglio está decidido a limpiar la Iglesia. A suprimir toda la burocracia que el Vaticano ha interpuesto entre los católicos y el mensaje de Cristo. De ahí que, desde que llegó, un día sí y otro también, se haya dedicado a desmontar un solemne tinglado que parecía más preocupado por proteger sus propios privilegios.
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