Desde el momento en que fue proclamado Papa, el 19 de abril de 2005, tres días después de cumplir los 78 años de edad, el alemán Joseph Ratzinger dejó claro que en el terreno estético el suyo no sería un papado continuista. Mientras su antecesor, el polaco Karol Wojtyla, había dado pruebas, a lo largo de sus casi 27 años de reinado, de un desinterés total por el corte de sus casullas, siempre vulgares, Ratzinger cuida hasta el último detalle de su indumentaria eclesiástica y litúrgica. Hasta el punto de que cada uno de sus atavíos es una declaración de intenciones, una manifestación de sus preferencias por los ritos preconciliares.
En sus primeras navidades como sumo pontífice apareció en público con el camauro, un gorro de terciopelo escarlata forrado de armiño que no se había visto en el Vaticano en todo el siglo XX, con la única y breve excepción del uso esporádico que le dio Juan XXIII. El pintor Rafael inmortalizó al papa Julio II, que reinó al inicio del siglo XVI, luciendo uno, aunque Benedicto usa una versión actualizada. Los que pensaron que era un golpe aislado de osadía papal quedaron decepcionados al verle poco después, impecable, con otra pieza de museo: una muceta de terciopelo rojo, forrada también de armiño, sobre un roquete (especie de camisola corta) rematado en encaje antiguo. En septiembre de 2006 se protegió del sol con el saturno, sombrero rojo de fieltro, bordado con motivos vegetales en hilo dorado, que Karol Wojtyla la usó rara vez.
Para comunicarse con la divinidad
Ratzinger está convencido de que la magnificencia sirve para comunicarse con el misterio, con la divinidad. Si para su antecesor lo importante era la cantidad: congregar a millones de fieles en cada viaje apostólico, para Benedicto XVI, como ha dicho Guido Marini, responsable de las ceremonias papales, "lo importante es la belleza y la dignidad, componentes esenciales de toda celebración litúrgica".
Ratzinger, que antes de ser Papa fue durante 25 años prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio), en Roma, se ha dejado contagiar quizá por la cultura de un pueblo que adora la belleza, y donde el gusto por la ropa alcanza también a las filas del clero. Para atender las enormes necesidades indumentarias del cuartel general de la Iglesia hay multitud de negocios de moda religiosa en torno al Vaticano y al Panteón, cada uno con sus páginas web, donde se ofrecen catálogos de temporada con casullas sencillas, o de estilo antiguo, en brocados de oro.
Primera medida: cambio de sastre
Una de las primeras decisiones de Ratzinger fue cambiar de sastre. O, mejor dicho, mantener al que le había confeccionado sus ropas de cardenal, Michele Ombroso, de la firma Euroclero, en lugar de seguir la tradición y confiar su fondo de armario a Annibale Gammarelli, la sastrería que cose la ropa de los papas desde 1793, con la única excepción de Pío XII, que se mantuvo fiel a su sastre. Otras fuentes aseguran que la firma elegida por Benedicto fue la de Raniero Mancinelli, en Borgo Pío, cerca de la tradicional plaza de San Pedro.
"Desde luego, nosotros hemos recibido encargos del Papa", confirma al teléfono Raniero, el dueño del negocio. "No creo que Euroclero sea el proveedor de Su Santidad, porque ya no está el viejo sastre, y tampoco Gammarelli". En Euroclero, nadie contesta, mientras Gammarelli lleva años afirmando que su condición de sastre papal no ha cambiado. El Vaticano no aclara estas cuestiones, aunque en 2008, ante los insistentes rumores de que los mocasines rojos que calzaba Benedicto eran de Prada, precisó que el zapatero papal era Adriano Stefanelli, de Novara. La firma milanesa guardó silencio.
Pero Ratzinger no siempre recurre a ropa nueva. Muchas veces echa mano del guardarropa pontificio, repleto de joyas de sus antecesores, aunque no se ha atrevido, hasta el momento, a lucir ninguna de las tiaras pontificias usadas en la coronación de los papas. Y es que la tiara, corona de tres franjas que representa los tres títulos del líder católico: padre de los reyes, rector del mundo y vicario de Cristo, impone. El último pontífice que se colocó tan aparatoso tocado fue Pablo VI, para su ceremonia de coronación, en 1963. Benedicto prefiere la mitra, pero, por si acaso, ha incorporado la tiara a su nuevo escudo papal.
Un Papa seducido por lo moderno
Su intención, dicen sus colaboradores, es establecer un nexo claro entre la tradición y la Iglesia de hoy. Por eso, el Papa liberalizó la liturgia en 2007 con un motu proprio (documento que emana de la propia autoridad del Papa) que abría la puerta a la misa en latín y de espaldas a los fieles. Un año más tarde levantó además la excomunión a los obispos cismáticos lefebvristas, fieles al rito preconciliar.
Pero Ratzinger no vive de espaldas a la modernidad. Sigue utilizando un papamóvil blindado, regalo de la casa Mercedes, para envidia de BMW o Volkswagen, que le han ofrecido sus modelos. Y Apple le confeccionó un iPod especial en 2006, regalo de los trabajadores de radio Vaticano, en el 75º aniversario de su creación. En él no se puede escuchar a Bob Dylan, que cantó para su antecesor; sólo los programas de la emisora y, dados los gustos de Ratzinger, quién sabe si algo de gregoriano.
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