El mejor lugar para apreciar íntegramente el templo de San Benito, que tiene una antigüedad mayor a los 300 años y se destaca por su inmaculado color blanco y sus techos con cúpulas, es la avenida del Tinkuy, en la zona Velarde de la capital potosina.
Desde ese lugar se accede al edificio religioso en menos de diez minutos, en cambio, desde la plaza principal se llega en casi una media hora. De la plaza 10 de noviembre se debe descender por la calle Cobija hasta el arco del mismo nombre.
Desde ese lugar, el Cerro Rico se aprecia en toda su inmensidad. Un día antes había nevado y se podría pensar que el frío arreciaba, pero no, la temperatura era tolerable. Desde debajo del arco de Cobija aún se veía cómo el sol se empeñaba en derretir la nieve que manchaba de blanco al gran Sumaj Orcko.
El templo se encuentra sobre las calles Daniel Campos y Diego Huallpa, a pocas cuadras del segundo arco de Cobija, sobre la calle Mejillones. Habían pasado pocos minutos después del mediodía e ingresamos a la casa parroquial con la duda de si había alguna persona que nos atendiera.
Un muchacho atendió nuestro pedido e ingresó a llamar al párroco del templo. Un instante después, conocimos al sacerdote potosino, Rubén Rollano, que desde hace tres años oficia como sacerdote de San Benito. El religioso gentilmente invitó a Miradas a conocer el interior de la iglesia.
Una parroquia grande
La parroquia de San Benito está conformada por los templos de Cantumarca, San Bernardo, Santa Teresa y Jerusalén. La zona agrupa a 10 juntas vecinales y se extiende hasta la zona de la Universidad Tomás Frías. Hay un templo en construcción en la zona de Villa Santiago, que también formará parte de la parroquia, explicó Rollano, mientras abría el portón de ingreso.
Al contrario de lo que ocurre con otras iglesias potosinas, en la fachada no se distinguen grandes bloques de piedra; varias capas de cal dan el color característico al templo, que terminó de construirse entre 1690 y 1696.
El templo fue erigido exclusivamente para adoctrinar a los indígenas que vivían en la zona y cumplían con el servicio de trabajo obligatorio conocido como mita, que fue instituido por el Virrey Francisco de Toledo en la década de 1570. "Es interesante que hayan puesto como patrono de este templo a San Benito”, afirmó el sacerdote, mientras explicó que el nombre se debe a Benito de Nursia (487-547).
Para ingresar al cuerpo principal del templo hay que cruzar un ambiente en el que se aprecia una gran cantidad de adornos pintados en las paredes, además de una imagen muy fina de Nuestra Señora de Atocha. La figura, que yace en un pequeño altar pintado enteramente con pan de oro, fue traída de España y data del siglo XVI.
Al ingresar por el ala derecha de la iglesia, uno no puede evitar desviar la mirada hacia el Altar Mayor que tiene un imponente retablo construido en madera, enteramente bañado con pan de oro. La estructura data del siglo XVIII y originalmente formaba parte de la iglesia para españoles Nuestra Señora de Belén, que funcionaba en lo que ahora son el Teatro Modesto Omiste y el Colegio Nacional Pichincha.
Todo el templo fue restaurado hace algunos años y el retablo fue lo último que se arregló. Las gestiones para la refacción fueron hechas por el antiguo párroco de San Benito, el sacerdote alemán Thomas Hermes, que sirvió en esa parroquia por 14 años hasta enero de 2013.
La entrega se hizo en noviembre de 2013. Las labores fueron realizadas por especialistas nacionales y extranjeros y fueron financiadas por las donaciones de la Diócesis Alemana de Wurzburgo, Alemania, y el Gobierno Municipal de Potosí, según El Potosí.
El tiempo no da tregua
La labor de restauración se nota en todo el templo, pero el paso del tiempo no da tregua, ya que, por ejemplo, en las cúpulas se notan agrietamientos provocados por la humedad. En una futura refacción, se impermeabilizarán los techos, explicó el actual párroco.
dor de la obra, cuyas identidades se desconocen. Otro templos de Potosí en los que se nota esa influencia, según Rollano, son los de Yocalla y de Nuestra Señora de Belén.
En la cúpula principal están pintados los cuatro evangelistas. A San Lucas se lo reconoce por un toro que yace a su lado; a San Mateo por un león y a San Juan por un águila; en cambio, San Marcos, posa sin ninguna criatura. En el domo principal y en los otros, hay adornos que se descubrieron durante la restauración, los cuales permanecían ocultos bajo capas de yeso.
Lo mismo ocurre con los detalles que se aprecian en los muros del templo. Es común encontrar diferentes instancias en las paredes de los templos coloniales, aseguró el párroco, pues en esas épocas, cada 10 a 20 años, las imágenes deterioradas se cubrían con una capa de yeso, sobre la cual se hacían nuevas.
En el altar del ala izquierda del templo hay una imagen de la Crucifixión. En los costados también hay detalles pintados que se empleaban para instruir a los indígenas acerca de los elementos relacionados con la crucifixión, como los dados, los clavos o la lanza. La imagen del crucificado es de gran realismo y la calavera que hay debajo de ella, con su alto relieve, es impresionante. Se trata de una representación del Gólgota o el lugar de la Calavera, explicó Rollano.
El señor de san benito
La imagen principal del templo corresponde al Señor de las Caídas o Señor de San Benito, que usualmente está ubicado en el Altar Mayor. Ahora está delante de uno de los púlpitos, porque gran cantidad de feligreses acude a prenderle velas.
El Señor de las Caídas no es el único que no está en su posición original, ya que hay un altar vacío que normalmente alberga una imagen de la Virgen de la Candelaria, la cual ahora visita las viviendas de los feligreses. Otras imágenes que se contemplan en el templo corresponden a Santo Domingo, San Francisco, María Magdalena y Santa Verónica. Todas ellas fueron restauradas, lo mismo que los cuadros que cuelgan en los muros.
Hace algunos años, la iglesia de San Benito fue protagonista de uno de los robos de cuadros más escandalosos de la Historia de la Villa Imperial; los vecinos incluso bloquearon arterias exigiendo la devolución de los mismos. El antiguo párroco Thomas Hermes, jugó un papel determinante para su recuperación.
Las pinturas muestran los principales momentos de la vida de San Benito. Para Rollano, la más significativa es la que muestra el momento en el que San Benito decide seguir a Cristo. Otras escenas corresponden al momento en el que Benito de Nursia ingresa a la universidad o lucha contra el pecado, arrojándose sobre unas zarzas para evadir la tentación.
Hay una representación que muestra cómo el santo multiplica los panes. Pero lo llamativo es una figura demoníaca que se ve junto a las canastas de pan. Según Rollano, con ella, se quería recordar que el demonio siempre está al acecho. Además de los cuadros dedicados al patrono del templo, hay otros dedicados a la vida de Jesús de Nazaret e incluso a la Virgen de Guadalupe.
Antes de concluir la visita, Rollano mostró a Miradas la corona del Señor de las Caídas, que junto a un relicario que tiene la forma del Cerro Rico y un cíngulo hecho con hilos de plata, posan en un pequeño altar en uno de los muros. Al igual que un candelabro de siete velas, que los acompaña, fueron hechos en plata en la época colonial. Sin embargo, también hay dos candelabros simples que datan de los años 40 del siglo XX.
Luego de conocer el interior del templo, Rollano nos condujo al patio principal, el cual está rodeado por arcos blancos. Hay un patio externo, en el que normalmente hay gente sentada en las gradas. De ninguno de los patios es posible tomar una fotografía en la que el templo aparezca completo con el Cerro Rico a sus espaldas.
Por ello, el sacerdote nos recomendó dirigirnos a la avenida del Tinkuy, descendiendo por la calle Daniel Campos. Nos despedimos y hacia esa avenida fuimos para tomar algunas fotografías. Días después, cuando las manchas de nieve habían sido borradas por el sol, acudimos nuevamente y subimos a una pequeña colina, desde la que contemplamos el templo de San Benito, que desde hace más de tres siglos yace en las faldas del Cerro Rico de Potosí.
Las seis cúpulas recuerdan a una mezquita. Esas formas se deben a la influencia arábiga que tenían el arquitecto y el financiador de la obra, cuyas identidades se desconocen. Otro templos de Potosí en los que se nota esa influencia, según Rollano, son los de Yocalla y de Nuestra Señora de Belén.
En la cúpula principal están pintados los cuatro evangelistas. A San Lucas se lo reconoce por un toro que yace a su lado; a San Mateo por un león y a San Juan por un águila; en cambio, San Marcos, posa sin ninguna criatura. En el domo principal y en los otros, hay adornos que se descubrieron durante la restauración, los cuales permanecían ocultos bajo capas de yeso.
Lo mismo ocurre con los detalles que se aprecian en los muros del templo. Es común encontrar diferentes instancias en las paredes de los templos coloniales, aseguró el párroco, pues en esas épocas, cada 10 a 20 años, las imágenes deterioradas se cubrían con una capa de yeso, sobre la cual se hacían nuevas.
En el altar del ala izquierda del templo hay una imagen de la Crucifixión. En los costados también hay detalles pintados que se empleaban para instruir a los indígenas acerca de los elementos relacionados con la crucifixión, como los dados, los clavos o la lanza. La imagen del crucificado es de gran realismo y la calavera que hay debajo de ella, con su alto relieve, es impresionante. Se trata de una representación del Gólgota o el lugar de la Calavera, explicó Rollano.
El señor de san benito
La imagen principal del templo corresponde al Señor de las Caídas o Señor de San Benito, que usualmente está ubicado en el Altar Mayor. Ahora está delante de uno de los púlpitos, porque gran cantidad de feligreses acude a prenderle velas.
El Señor de las Caídas no es el único que no está en su posición original, ya que hay un altar vacío que normalmente alberga una imagen de la Virgen de la Candelaria, la cual ahora visita las viviendas de los feligreses. Otras imágenes que se contemplan en el templo corresponden a Santo Domingo, San Francisco, María Magdalena y Santa Verónica. Todas ellas fueron restauradas, lo mismo que los cuadros que cuelgan en los muros.
Hace algunos años, la iglesia de San Benito fue protagonista de uno de los robos de cuadros más escandalosos de la Historia de la Villa Imperial; los vecinos incluso bloquearon arterias exigiendo la devolución de los mismos. El antiguo párroco Thomas Hermes, jugó un papel determinante para su recuperación.
Las pinturas muestran los principales momentos de la vida de San Benito. Para Rollano, la más significativa es la que muestra el momento en el que San Benito decide seguir a Cristo. Otras escenas corresponden al momento en el que Benito de Nursia ingresa a la universidad o lucha contra el pecado, arrojándose sobre unas zarzas para evadir la tentación.
Hay una representación que muestra cómo el santo multiplica los panes. Pero lo llamativo es una figura demoníaca que se ve junto a las canastas de pan. Según Rollano, con ella, se quería recordar que el demonio siempre está al acecho. Además de los cuadros dedicados al patrono del templo, hay otros dedicados a la vida de Jesús de Nazaret e incluso a la Virgen de Guadalupe.
Antes de concluir la visita, Rollano mostró a Miradas la corona del Señor de las Caídas, que junto a un relicario que tiene la forma del Cerro Rico y un cíngulo hecho con hilos de plata, posan en un pequeño altar en uno de los muros. Al igual que un candelabro de siete velas, que los acompaña, fueron hechos en plata en la época colonial. Sin embargo, también hay dos candelabros simples que datan de los años 40 del siglo XX.
Luego de conocer el interior del templo, Rollano nos condujo al patio principal, el cual está rodeado por arcos blancos. Hay un patio externo, en el que normalmente hay gente sentada en las gradas. De ninguno de los patios es posible tomar una fotografía en la que el templo aparezca completo con el Cerro Rico a sus espaldas.
Por ello, el sacerdote nos recomendó dirigirnos a la avenida del Tinkuy, descendiendo por la calle Daniel Campos. Nos despedimos y hacia esa avenida fuimos para tomar algunas fotografías. Días después, cuando las manchas de nieve habían sido borradas por el sol, acudimos nuevamente y subimos a una pequeña colina, desde la que contemplamos el templo de San Benito, que desde hace más de tres siglos yace en las faldas del Cerro Rico de Potosí.
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