A fines del siglo XVI, luego que el inca Francisco Tito Yupanqui modelara en la Villa Imperial de Potosí la famosa efigie de la Virgen de Copacabana, y la trasladara caminando has-ta su pueblo natal a orillas del Titicaca; el primero en imitarlo en su devoción sería el indígena Sebastián Quimicho, quien en gratitud por un milagro de la Virgen encarga al mismo Yupanqui una copia exacta de la escultura, para conducirla en hombros desde orillas del Lago Sagrado hasta la distante población peruana.
Desde sus inicios, la milagrosa imagen se halla íntimamente ligada a Charcas, pues al carecer el indígena de recursos para recoger el encargo que había efectuado, tuvo que recurrir ante el Arzobispado de la Real Audiencia, a fin de conseguir autorización para realizar colectas en diversa poblaciones de su jurisdicción, a cambio de rezos y canciones en loor a la Madre de los cielos.
Mientras dura su periplo por Charcas, los monjes agustinos habían colocado la efigie en el altar junto al milagroso original, y cuando hubo retornado, las cróni-cas peruanas cuentan que las dos imágenes eran tan parecidas, que ni el mismo escultor supo distinguir cuál era la copia, dando sin percatarse a Quimicho la original, lo cual resulta intrascendente inten-tar esclarecer pues eran igualmente milagro-sas y hechura del mismo escultor ambas tallas.
Aunque conocida desde aquellos tiempos como la “hermana gemela de la de Copaca-bana”, en 1991 la escultura se vería seriamente dañada por un incendio, siendo restaurada meses después en el instituto Nacional de Cultura de Lima sin apego al modelo original, es decir alterando su fisonomía. De todas maneras, se trata de la primera copia salida de las manos del escul-tor de Copacabana, que se distingue de las ulteriores que realizara (Pucarani, Huarina, Tarija, Humahuaca, Sevilla, etc., algunas desaparecidas), por su factura de bisoño escultor, mientras las demás contaron con mejor acabado artístico, luego de haber perfeccionado su arte acotando Calancha.
Según la tradición, la Virgen misma elegiría el lugar para que se edifique su templo, al posarse sobre una pequeña charca al fondo de una profunda hondonada, rodeada por un imponente entorno geográfico que da la impre-sión de la cuenca de un gran lago vaciado en remotísimas épocas, a juzgar por las huellas de erosión acuática fosilizadas que se observan en su contorno. Por tanto, el nombre de Cocharcas (significando en quechua que tuvo origen en una laguna) también se lo podría interpretar relacionándolo a “otra” charca (el Titicaca?), es decir Co-charcas...
Desde su llegada hasta la región peruana del Apurimac (“el dios que habla”, en quechua), la Virgen comenzó a obrar milagros que exten-dieron su fama por diversas latitudes, resultan-do insuficiente el templo para cobijar a la creciente multitud de fieles que desde diversas regiones acudían al lugar, por lo cual Quimicho decide retornar a la Audiencia de Charcas, en procura de una nueva autorización para conse-guir los recursos destinados a la construcción del nuevo templo.
Al llegar a Chuquisaca, poco antes la pobla-ción recibiendo noticias de la multitud de milagros obrados por la Virgen del Titicaca, había solicitado al Virreinato de Lima la autori-zación para trasladarla hasta esa capital. Todo parecía estar dispuesto para que allí se locali-zara el Santuario de Copacabana, y la multitud de peregrinos tuviera que trasladarse hasta el lugar para rendir pleitesía a tan sacra imagen, pero el destino se encargaría de disponer lo contrario al desatarse sobre las márgenes del Titicaca grandes tempestades de granizo y de lluvia, que ocasionaron la pérdida de las cosechas de ese año.
Las autoridades del Virreinato, a último mo-mento emitieron un decreto para nunca trasla-dar ni mover la sagrada imagen de su trono a orillas del Titicaca, y la resignada población de La Plata que ya había destinado para acogerla la primera Catedral (hoy iglesia de San Lázaro de Sucre), no hubo otra alternativa que acatar la determinación, y en reemplazo de la talla original que nunca llegaría a tocar suelo chuquisaqueño, se colocó en el altar del templo una bella imagen en fino maguey encargada al escultor Andrés Hernández.
La obra data de 1584 (un año después de la entronización en el Titicaca) y desde la óptica iconográfica como novedad se puede señalar que en nuestros días es la única representa-ción artística que muestra a los pies de la virgen a la sirena que en la versión cristiani-zada llega a sustituir. El principal cronista de Charcas, fray Antonio de la Calancha considera que es el único caso en el cual una divinidad cristiana adopta la identidad y el mismo nombre que el ídolo que le precediera.
Es en aquellas circunstancias que, ante la premura en dar las buenas nuevas de la devoción indígena surgida en la apartada comarca peruana, surge la primera de las expresiones que se conoce en su iconografía, que copia dicha escultura, sustituyendo la sirena por el dragón bíblico que representa al demonio, posado sobre un óvalo inferior que semeja un lago con ribetes escamados, la inscripción de “copia/ De Nuestra Sa./ de Cocharcas”.
Inicialmente en esta iconografía se llega a identificar y hasta a confundir con la de Copacabana; pues en 1598 el Obispo del Cusco Francisco Calderón fundó en el Perú su primera cofradía con el nombre de la Candela-ria de Copacabana, instituyéndose la fiesta principal el 2 de febrero (trasladada más ade-lante al 8 de septiembre). Además, por información entonces transmitida desde la Audiencia de Charcas a la sede del Virreinato, en 1681 el Arzobispo Melchor de Liñán de Cisneros ordena erigir en Lima una capilla en honor a la Virgen de Cocharcas, encargando para la entronización una imagen de la Virgen del Titicaca.
La iconografía de la Virgen pisando el dragón, mantuvo vigencia hasta finales del siglo XVII, al surgir una nueva y deslumbrante iconografía dentro del mismo territorio peruano, de la cual nos ocuparemos en siguiente nota. De la etapa anterior, en la actualidad solamente se conserva en el Museo Nacional de Arte de la ciudad de La Paz, una pequeña pieza en cobre repujado, de 10 cm. de ancho por 15 y medio de alto.
Finalmente, al pasar a la etapa del grabado a lienzos de formato mayor, superando inconvenientes en cuanto a la representación pictórica de la deidad sireniforme, desde finales del siglo XVI se opta por reemplazarla colocan-do a los pies de la virgen una grande medialuna que simboliza la cola de la sirena. Por ese tiempo, al inaugurarse el templo de Tiwanaku en estilo que combina elementos góticos e indígenas con gárgolas de cabezas de puma, se colocó en la cúspide de la arquería del atrio, la cola de sirena tallada en piedra como signo inequívoco de la Virgen Morena del Lago Sagrado.
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