Concluimos hoy el capítulo dedicado a las parábolas en el evangelio de Mateo 13,44-52 a través de ellas nos quiere dar Cristo los rasgos más sobresalientes del Reino de Dios.
La parábola del tesoro escondido y la de la perla preciosa descubierta, son gemelas. La tercera, es gemela de la parábola de la cizaña que escuchamos el domingo pasado, es la red que recoge toda clase de peces, buenos y malos.
Estas últimas parábolas del evangelio de Mateo están tomadas de la vida cotidiana y alaban la sabiduría popular que sabe llegar a poseer el tesoro y la perla y, también, distinguir los peces buenos y los malos. Cristo señala que Él actúa como “padre de familia que va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo”.
El tesoro de acuerdo a las palabras de Cristo es la gracia divina. Es la vida tanto natural pero sobre todo la vida sobrenatural. Esto no lo llega a descubrir el hombre sin fe. Se oculta a la persona que no ha llegado a un verdadero encuentro con Cristo. ¡Cuántos que se llaman cristianos pero que no han tenido un verdadero encuentro con Cristo! Permanece, para no pocos cristianos, el tesoro escondido, no han gustado lo que es orar, saborear pasando el tiempo con Jesús. Desconocen lo que es ser discípulo misionero. Para poder enamorarse de Cristo hay que ir a lo más íntimo de nuestro corazón.
San Pablo nos presenta en la segunda lectura de hoy, Romanos 8, 28-30, la alegría de ser bautizados, recordándonos el don de la adopción de hijos de Dios. Él “nos ha predestinado a ser imagen de su Hijo”. Así mismo, a ser hermanos de nuestro Hermano mayor, “Él es el primogénito de muchos hermanos”.
Dios nos ha llamado a vivir una historia de amor, pues Él, “nos ha predestinado, nos ha llamado, nos ha justificado y estamos destinados a que seamos glorificados”.
El proyecto de Dios, sobre nosotros los cristianos a través de Cristo es sumamente maravilloso. Esto nos debiera iluminar en todo momento, especialmente en los momentos de crisis en la fe, pues como dice el apóstol Pablo: “sabemos que a los que aman a Dios todo le sirve para bien” (Rm 8,28). Si viviéramos este tesoro del amor de Dios, cómo no cambiaría nuestra relación con Dios y con los demás.
Las parábolas de hoy nos invitan a descubrir o discernir los valores auténticos. Nos exigen a saber renunciar a lo secundario, para alcanzar lo principal. Nos enseñan a ser buenos negociantes, no sólo en las cosas terrenales, sino sobre todo en lo espiritual.
Hoy día, si viviera Jesús entre nosotros, pondría probablemente como ejemplos el descubrimiento de yacimientos de petróleo o el tapado de monedas de oro, que supondría una buena inversión.
La renuncia del cristiano para ser buen discípulo de Jesús debe ser alegre, nos debe llenar de felicidad, por la certeza del gran valor del tesoro encontrado, sabiendo que es más valioso de lo que se ha dejado. Por ello, en el evangelio, conocer y seguir a Cristo, no es algo negativo, sino bien positivo y afirmativo para el ansia de felicidad que todo mortal lleva en lo profundo de su ser.
La llamada a invertir bien es optar por los valores espirituales. Es una promesa de Jesús para alcanzar la felicidad. Quiere entusiasmarnos por los valores del Reino con la misma alegría y sabiduría que tienen los que descubren tesoros y perlas materiales.
La última parábola o comparación nos enseña a convivir buenos y malos. Dios hará la selección al final de la historia. Nos enseña a ser pacientes, imitando la paciencia y misericordia divina. Estamos en la era de echar las redes, de hacer discípulos. Aún no ha llegado la era de la justicia. Como hace el mismo Dios tenemos que aprender a respetar la libertad de cada persona. Proponer a los otros que no tienen fe, el tesoro del Reino de Dios.
Necesitamos la sabiduría divina, como supo pedirla Salomón, primera lectura, 1Reyes 3,5-7-12, le dijo Dios: “pídeme lo que quieras”. Salomón pidió: “dame un corazón dócil para gobernar, para discernir”. Esa sabiduría, es el tesoro escondido. Prefirió Salomón pedir “un corazón bien dispuesto”. Renunció a otras peticiones, para tener el tesoro verdadero.
La fe en Dios no es dejar lo que es por lo que puede ser. Es vivir lo que Dios nos ha dado ya, la salvación se ha iniciado con el sacramento del bautismo. Ya somos ciudadanos del cielo. Nos queda dejar lo que nos ata, para vivir el tesoro hallado, Dios, su amor, el Reino.
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