La vida de Francisco de Asís es el ejemplo más claro de la transformación que experimenta un alma cuando toma conciencia del verdadero sentido de su existencia, cuando el espíritu residente en nuestro interior, despierta y se revoluciona, crece y se autorrealiza, en una vida plena de entrega al prójimo, en servicio desinteresado y amoroso, en maravillosa donación a toda la creación mediante el sublime sacrificio de la personalidad mundana y egoísta para liberar el espíritu puro, divino, inmortal y eterno, que llena al mundo con su luz, amor y vida, expresándose libre y radiante a través del alma pura, casta y simple de una criatura entregada plenamente al servicio de su Ser inmortal.
Nació en cuna de oro y vivió sus primeros años en abundancia material, llena de lujos y vanidades. En sus años mozos, como era de espíritu noble, con buenas intenciones, se enlista para ir a las cruzadas pensando que ese era el mejor medio de servir a Dios. Pero las horrorosas experiencias de violencia, odio, muerte y destrucción que vive en tierras lejanas, participando de esas misiones supuestamente sagradas, lo trastornan de tal modo que llega enfermo y moralmente destrozado a su Asís natal. Después de una recuperación física, moral y espiritual, acompañada de meditaciones profundas, despierta conciencia y decide cambiar su vida radicalmente. Deja la casa paterna comprendiendo que la verdadera riqueza no es la material, que es externa y temporal, sino la espiritual que es interior y eterna. Decide vivir en pobreza extrema pero desarrollando las joyas del espíritu divino, las virtudes esenciales, que son las manifestaciones del amor y la sabiduría, mediante acciones y hechos concretos, basados en una fe consciente, inamovible y en una caridad abundante y amorosa.
Empieza solo, viviendo en una capilla en ruinas y abandonada en las afueras de Asís y emprende su refacción con amor y dedicación. Su modo de vivir tan puro, alegre y amoroso contagia a muchos jóvenes de Asís que dejan sus hogares y se suman a él, junto a la mayoría de los pobres del lugar, conformando una comunidad cristiana como las del siglo primero. Convirtiéndose luego en la orden monacal de frailes menores denominados "Franciscanos" que desarrollan una excelente restauración del espíritu cristiano perdido en esa época.
Con la salud quebrantada y casi ciego, compone su famoso: "Cántico del Hermano Sol", anhelando la luz infinita. Nos legó una de las oraciones más hermosas, que es la viva expresión del grandioso espíritu que desarrolló en su interior. "Señor, haz de mi un instrumento de tu paz, que allí donde haya odio ponga amor. Que allí donde haya ofensa ponga perdón. Que allí donde haya discordia ponga Armonía. Que allí donde haya error ponga Verdad. Que allí donde haya duda ponga la fe. Que allí donde haya desesperación ponga Esperanza. Que allí donde haya tinieblas ponga tu luz. Que allí donde haya tristeza ponga Alegría."
"Oh Maestro, que no me empeñe tanto en ser consolado como en consolar, en ser comprendido, como en comprender, en ser amado como en amar, pues, dando se recibe, olvidando se encuentra, perdonando se es perdonado, muriendo se resucita a la vida eterna."
Francisco experimentó la conexión energética y espiritual que tenemos con Dios y toda la creación, con cada criatura que nos rodea, con toda la naturaleza que nos nutre, con todo el cosmos que nos envuelve. Despertó conciencia y respiró con cada flor, voló con cada pájaro, sintió cada crujido bajo sus pies. Encontró belleza y sabiduría en todo su entorno, puesto que la sabiduría se la encuentra en todos los sitios donde se forma la belleza. Experimentó el reino de los cielos, que es el reinado del espíritu en nuestro universo interior. Realizó la resurrección del Cristo íntimo en su corazón, haciéndose el Sublime Maestro cargo de su vida, llevándolo de la mano por el camino de la luz, de la verdad y de la vida en felicidad y plenitud.
Inspirémonos en el maravilloso ejemplo de vida, que San Francisco de Asís nos muestra con su humildad, con su caridad, con su fe y más que todo con su infinito amor y entrega total y clamemos: ¡"Viva Dios, Dios es amor"!, como él solía hacerlo constantemente.
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