El domingo pasado celebramos el llamado de Dios a los Reyes Magos quienes respondieron admirablemente al gran don de Dios, el gran regalo de conocer a Cristo, el Hijo de Dios, el Rey de los judíos, nacido en Belén; la respuesta de estos hombres privilegiados es un ejemplo de fe. Una persona me dijo, en Chile, en 1987: “la mayor riqueza que nos dio Europa es la FE”.
Hoy terminamos en la Liturgia el ciclo de Navidad. Termina con la fiesta del Bautismo de Jesús. En el rio Jordán, Jesús recibe la confirmación oficial de su mesianismo. Este acto vino a ser como su presentación oficial en la sociedad del pueblo que esperaba al Mesías. Fue una proclamación oficial de Dios Padre: “Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto”. El Espíritu lo santificó, “bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma”.
Dios es sorprendente –ojalá Dios nos siga sorprendiendo– pudo manifestarse de otra forma; pudo haberse manifestado desde el trono del Imperio o en medio del templo santo de Jerusalén. Pero, no. Escoge una ceremonia humillante. La de los pecadores, pues Él venía a salvarnos de nuestros pecados. El haberse puesto en fila y tirarse al agua le identificaba con la humanidad pecadora. Pero Jesús no necesitaba purificación o conversión. Él es el Santo, el Hijo de Dios; Jesús no recibió el sacramento del bautismo.
El bautismo de Juan era solamente un rito de purificación o penitencia, no un sacramento. El bautismo de Juan tenía, sin duda, un simbolismo rico y era también costumbre religiosa en otras religiones orientales. Cristo a nombre de la humanidad, en actitud penitencial, quiere expresar que todos necesitamos de renovación, liberación y de purificación. En este momento aún no había sacramentos.
El bautismo de Jesucristo o sacramento del bautismo es obra de la acción salvadora, de la Muerte y Resurrección. El sacramento del bautismo es en el agua y en el Espíritu Santo. Nos hace hijos de Dios, perdona los pecados, nos convierte en familia de Dios, dándonos el derecho de habitar para siempre en el Reino de los cielos.
Aunque haya similitudes entre el Bautismo de Juan y el sacramento del bautismo instituido por Jesucristo, las diferencias son abismales. El de Juan es puro rito que prepara para acogerse al perdón que trae Cristo, es un lavado exterior. El de Jesús es vida, la vida nueva para el hombre que trae Dios, que nos transforma con la fuerza y gracia del Espíritu Santo.
De ahí la importancia del sacramento del bautismo. Cristo mismo se lo hace entender a Nicodemos cuando le revela que es necesario renacer del agua y del Espíritu para entrar en el reino de Dios (cfr. Jn 3,5). Por ello, es erróneo el decir Jesús recibió el bautismo a los 30 años, ¿por qué bautizarnos antes? Jesús de Nazaret no recibió ningún sacramento.
Jesús con el bautismo de Juan señaló el camino para recibirle a Él. El haber participado Jesús en el bautismo de Juan, convierte su bautismo, en el prototipo de todo bautismo y manifiesta el misterio del nuevo bautismo, o sea, del sacramento del bautismo.
Las catequesis de Juan el Bautista anunciaba que Jesús bautizaría con fuego y el Espíritu Santo. Hemos iniciado nuestra vida cristiana siendo bautizados y hemos renacido por el agua y el Espíritu Santo, con ello hemos pasado a la vida de hijos de Dios.
En el sacramento del bautismo, como señala Jesús en el evangelio, “en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (Mt 28,19), es Jesús mismo quien manda a bautizar a los que crean. Es necesario aceptar a Jesús por la fe para ser bautizado. Los niños, según la tradición de la Iglesia, son bautizados por la fe de los padres, padrinos o de la comunidad cristiana. El bautismo nos da la virtud de la fe; es la Santísima Trinidad quien infunde la fe.
En este Año de la Fe, somos todos invitados a volver a las fuentes o la raíces de la fe para todos los discípulos de Jesús, el Bautismo. Fue la fe lo que pedimos ese día precioso del nacimiento a la vida de la gracia, a la misma vida divina. Renovar y revivir el bautismo, la fe recibida, significa “la obediencia de la fe” (Rm 1,5), custodiar la fe cumpliendo el Evangelio, pues el evangelio es vida.
El Papa nos ha convocado a vivir este año de la Fe. Conociendo el Concilio Vaticano II y estudiando el Catecismo de la Iglesia que nos regaló Juan Pablo II; estos dos grandes documentos pueden ayudarnos a “redescubrir la alegría de creer y reencontrar el entusiasmo en comunicar la fe” (Porta fidei 29). Pocos, poquísimos cristianos, conocen la riqueza doctrinal que se encierra en los documentos conciliares del Vaticano II, “el concilio es una llamada a descubrir la belleza de la fe” (Benedicto XVI, 10-10-2012).
Vivir la alegría de la fe y comunicarla a los demás nos hará crecer en la fe. Por ello, el Sínodo de octubre se planteó cómo encontrar cauces para transmitir “la alegría de creer y evangelizar”.
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