A finales del siglo XVI, desde que la milagrosa copia de la Virgen de Copacabana modelada por el mismo Tito Yupanqui arribara a la región peruana del Apurimac (“la voz de dios”, en idioma quechua), daría origen a multitudinarias peregrinaciones que procedentes desde diversas latitudes e inclusive allende los mares, tras fatigosas jornadas caminando o a lomo de mula entre escabrosos senderos rodeados de barrancos, llegaban hasta aquella apartada comarca donde se ha-lla el majestuoso santuario al fondo de una profunda hondonada. Por la abrupta geografía que rodea al lugar, hasta hoy resulta difícil el acceso en vehículo motorizado a través de un tortuoso y angosto camino de tierra, a una hora de recorrido desde el desvío de la carretera asfaltada que une Ayacucho con la capital de la provincia Abancay.
En recordación del día de la entronización de la Candelaria a orillas del Titicaca, inicialmente la festividad central fue establecida el día 2 de febrero, lo cual agravaba la situación por coincidir la fecha con la temporada de torrenciales lluvias y la crecida del vecino río Pampas que antaño impedía el paso de los peregrinos, que debían abordar frágiles embarcaciones de varios pasajeros para cruzar hasta la otra orilla. Sin duda, ésta constituiría la principal razón para que más adelante las autoridades eclesiásticas optaran por trasladar la fecha festiva al 8 de diciembre (que en el santoral corresponde al día de la Purificación de Ntra. Señora), manteniéndose desde entonces sin variación hasta nuestros días.
Sin embargo, las circunstancias adversas antes descritas antaño no significarían un impedimento para que millares de fieles procedentes de diversas partes del mundo acudieran sorteando toda laya de peligros para rendir pleitesía a la efigie declarada Patrona de toda la Diócesis de Abancay. Inspirados en tan acendrada devoción, los maestros del pincel de la época irían a iniciar, sin darse cuenta siquiera, uno de los ciclos artísticos de mayor esplendor en la más pura expresión del barroco andino. El nuevo modelo retrata en primer plano a la virgen bajo toldo de Coya (reina inca) sobre peana con medialuna, apreciándose bajo el gran altar de cuatro pilares un séquito de autoridades eclesiásticas en actitud de pleitesía, mientras en el margen superior dos querubines portan una orla con inscripción en latín. Su imponente contexto paisajístico lo forman altas montañas, arboledas, caseríos y caminos que son transitados por gran cantidad de peregrinos que cruzan el caudaloso río para orientar sus pasos hacia el Santuario que se sitúa en la parte alta del costado derecho de la serie.
La variante del nuevo modelo es calcado con entusiasmo en innumerables lienzos de gran formato con ligeras variaciones entre uno y otro, que pronto se divulgaron por toda la región andina y en especial la Real Audiencia de Charcas, donde sustituye totalmente al primitivo prototipo de la virgen pisando el dragón descrito en la anterior nota. Por ese tiempo, en honor a la nueva advocación se multiplicó su imagen en muchos templos y con su nombre también se bautizó un río en remembranza del que baña las cercanías del Santuario peruano. Entre otros que seguramente se conservan en su antigua capital (hoy Sucre), pudimos apreciar un lienzo en los pasillos del convento de la Recoleta y otro en la capilla del monasterio de Santa Clara, ignorando si en la actualidad estas obras se hallan allí o fueron trasladadas a otros recintos eclesiásticos o Museos.
Al visitar Potosí, la vecina ciudad donde en tiempos de la colonia el Inca Francisco Tito Yupanqui mode-lara la famosa efigie de Copacabana hoy venerada a orillas del Titicaca, en la Casa Nacional de Moneda al brindar una charla con motivo de la restauración del lienzo de la virgen de Cocharcas, logramos identificar otro en el segundo piso de ese reservorio, de mayores dimensiones y provisto de marco original que carece el anterior. La obra se hallaba como deco-rado en un dormitorio de mobiliario colonial, siendo cientemente a una sala especial dentro la pinacoteca vi-rreinal, donde destaca por su ingenuo arcaísmo popular que la distingue claramente de todas las que vimos ante-riormente.
Además de la pequeña pieza en cobre repujado del Museo Nacional de Arte de la ciudad de La Paz (descrita en la nota anterior), en los depósitos del mismo repositorio se halló un lienzo grande con la tradicional descripción del poblado perdido entre montañas, que se sacó a luz pública en la magnífica exposición titulada “Advocaciones de la Virgen María en el arte boliviano”, efectuada en instalaciones del mismo Museo del 15 de agosto al 2 de septiembre de 2003.
Entre las 65 obras registra-das, en el acápite No. 6 del catálogo se consignan los si-guientes datos: “Virgen de Cocharcas. Anónimo paceño. Siglo XVIII. Óleo/tela. Museo Nacional de Arte”.
Finalmente, la pintura me-nos conocida de toda la vasta serie de Co-charcas era la que se encontraba colgada en el interior del templo de Paria, la peque-ña población situada en las inmediaciones de Oruro, considerada la primera funda-ción española en los vastos territorios alto peruanos. Hace pocos años la obra fue trasladada a la ciudad del Pagador para someterla a un proceso de restauración. En repetidos viajes procuramos conseguir la foto del cuadro para ilustrar el presente artículo, pero no tuvimos éxito hasta que cuando ya habíamos desistido de escribirlo la obtuvimos al asistir a una reunión de ex alumnos del Colegio Sagrado Corazón de Sucre.
Allí, me la brindó generosamente el dis-tinguido intelectual y sacerdote jesuita Bernardo Gantier, quien encontrándose de director del Museo de Arte Sacro en Oruro había gestionado la restauración del lien-zo. Su actitud de colaboración, nos permi-tió recuperar la idea de reunir en un álbum a todo color la treintena de lienzos de la serie que se conservan hasta hoy, no sola-mente en Perú sino también en otros paí-ses, museos y colecciones particulares. Aunque el más famoso es el del museo de Brooklyn, elegimos para la Carátula el de Paria por ser el último que nos faltaba, pidiendo a Bernardo escribir las palabras de presentación por haber rescatado la obra y haber sido el más auténtico mentor del museo de la Ranchería donde en calidad de custodia se la exhibe al público en la actualidad.