miércoles, 21 de junio de 2017

El monasterio de las Clarisas de Sucre



Las monjitas del Monasterio de Santa Clara, emprendedoras turístico culturales, son parte del patrimonio vivo de la ciudad de Sucre donde su convento existe desde hace 381 años. ECOS ingresó a los claustros de las hermanas clarisas para conocer como transcurren sus días, como se forman las nuevas vocaciones, conocer sobre su historia y sobre sus medios de subsistencia, toda vez que ellas son completamente autónomas.

“Los blancos muros del convento pueden parecer por fuera intimidantes y se asemejan más a un castillo”, dijo Peter Linder el Embajador de Alemania al referirse al inmueble de Santa Clara, cuando hizo entrega de los trabajos de restauración y recuperación de coloridos murales que adornan los dos niveles del claustro.

El convento se ubica a dos cuadras de la plaza, en la esquina Calvo y sobre la calle Avaroa, donde siempre está abierta una enorme puerta verde. Al fondo, ubicado a los pies de un mural que recuerda el año de creación de la congregación hace algo más de 800 años en Asis Italia, está “el torno”, un mecanismo colonial, que deja pasar objetos de un lado al otro girando sobre su propio eje, sin tener ningún contacto visual, pero con una estupenda acústica que permite a los visitantes hablar con las hermanitas.

Es el medio usual a través del cual se establece contacto con las clarisas de Sucre, ya sea para comprarles hostias o encargar alguna manualidad.

Al otro lado del "torno", la dulce voz de sor Juanita, anuncia a ECOS que abrirá un segundo portón que conduce al claustro inferior, donde hornean sus afamadas masitas que venden al lado, en “La Casita de Clara”, el nombre que le pusieron al cafecito que abrieron al público, donde también se venden las empanadas Santa Clara, originales, entre otros productos de repostería.

Actualmente son 20 las monjitas que habitan el apacible inmueble patrimonial, aunque alguna vez llegaron a ser 300. Como antes, las clarisas de ahora fundamentan su vida en la fraternidad, la oración, el servicio y el trabajo de sus manos, adoptando el ejemplo de Santa Clara y de San Francisco de Asis.

“Un monasterio en una ciudad grita a sus habitantes que las cosas por las que tanto se afanan no valen tanto como buscar enteramente el amor de Dios”, dice Bernardo Gantier, sacerdote jesuita y responsable de la Comisión Arquidiocesana de Arte Sacro de Sucre.

El poder de su oración y el testimonio de sus vidas, se eleva por encima de los altos muros, no solo para maravillarse viendo la mano de Dios en todo, sino haciendo que su carisma siempre brille ante el mundo por su amor, por sobre todas las cosas.

Historia

La Orden de Las Hermanas Pobres de Santa Clara (Clarisas) tiene algo más de 800 años desde su creación en Asis, Italia, en 1212. Su fundadora, Clara, fue alentada por el carisma de San Francisco, al que ella admiraba como pobre itinerante.

Comenzó con un grupo de jóvenes que querían asemejarse a los pobres, vivir del trabajo de sus manos o pedir limosna para cubrir alguna necesidad.

Como hermanas que se ayudan entre ellas, habitaron la célebre iglesita de San Damián, la misma que Francisco restauró de las ruinas años antes en Asís.

La fama de Clara se extendió rápido y a las mujeres les gustaba la vida que hacía. Otras fueron fundando casas en sus propias ciudades, como por fue el caso de la princesa Inés de Praga que construyó un convento. En vida de Clara se fundaron más de 20 conventos en Europa.

Las Clarisas en Sucre

En Sucre el convento fue fundado en 1636 por María Zeballos y Vera, una dama sin hijos, viuda de Jerónimo Maldonado Buendía. Ella decidió seguir al Señor y entregó su fortuna y el trabajo de sus manos para construir el actual convento. Las crónicas que tienen las hermanitas cuentan que ella incluso elaboró los adobes junto a las otras mujeres que conformaron la orden, según explicó sor Juana a ECOS.

“Antes de que sea convento, primero fue casa de retiro para acoger a jóvenes solas en similar situación que ella, para brindarse auxilio mutuo y dedicarse al Señor”, comenta.

Zeballos, frente a la enorme necesidad espiritual de las jóvenes, decidió conformar una congregación. Con ayuda de los Franciscanos asentados en Sucre, solicitó al Rey de España Felipe IV, autorización para fundar la Orden de Santa Clara.

Cuando la misma fue conferida en 1636, pidió a las Clarisas de Cuzco apoyo para la formación de la vida contemplativa y la espiritualidad “franciscana clariana”.

“Llegaron tres hermanitas trayendo una imagen de Santa Clara para tomar los roles de Abadesa, Vicaria y Maestra para guiar a las entonces 13 señoritas que toman el hábito. Llegaron a ser alrededor de 300”, cuenta Sor Juana.

María Zeballos, descendiente de españoles y chuquisaqueña de nacimiento, construyó el convento en sus terrenos, abarcando en algún momento el manzano completo. Asumió el cargo de abadesa al fallecer la primera. La iglesia recién se construyó casi al término del Siglo XVII.

Actualmente son 20 las clarisas que habitan en Santa Clara, su abadesa es la hermana Simona Ríos. A su entorno de cuatro colaboradoras se las llama “discretas”, las otras son parte del capítulo conventual y de formación inicial.

La mayoría son jóvenes, la menor tiene 20 años y la mayor de todas 97.

Su formación conventual

Comienza en la etapa llamada “Experiencia” que abarca un mes sin compromiso y luego viene el “Aspirantado” de tres meses que es una prolongación del anterior para dar a las mujeres mayor seguridad en su decisión.

Al cabo de los primeros cuatro meses, comienza el “Postulantado” que dura un año, luego siguen dos de “Noviciado”, tres de “Juniorado o de Votos Simples” que puede abarcar de tres a seis años, lapso en el cual la novicia puede finalmente dar sus Votos Solemnes y Perpetuos.

“Por las nuevas vocaciones solo rezamos para que vengan. Muchas son jóvenes que no saben qué hacer con su vida y quieren ir al Señor pero los papás siempre se oponen. Oramos para que tengan el suficiente valor de seguir su sentimiento”, dice la clarisa, enfatizando que ahora las jóvenes vienen al convento por decisión libre.

En Bolivia hay cinco conventos de clarisas, en Sucre, Cochabamba, Coroico, San Ignacio y Puerto Suárez. Sumadas todas las Clarisas de Bolivia, no son más de 50.

Sus medios de subsistencia

Las hermanas son reconocidas en la comunidad como emprendedoras. Su principal actividad se centra en la producción de finas masitas que comercializan en “La Casita de Clara” manteniendo recetas tradicionales e innovando nuevas, de acuerdo a la demanda.

Entre la variedad de galletas están las de almendra, agua, anís, palitos de queso, chocolate, canela o vainilla, a cual más deliciosa. Pero también tienen alfajores, rollitos de queso, a solo dos bolivianos. Ahora venden su pan dulce, cuñapés, humintas en horno, olla y por supuesto las empanadas Santa Clara con la receta original, así como salteñas. Las tortas, especiales todas, son hechas a pedido, pero siempre hay alguna variedad para servirse en su local junto a un cafecito o un refresco de aloha de nueve cereales.

Sus manos son su principal herramienta y también realizan a pedido trabajos manuales en bordado, ganchillo o tejido, especialmente para bebés. Sus manteles bordados son célebres. La hermanita Juana anima a las personas a realizar encargos, aclara que también restauran imágenes e invita a visitar el Museo de Santa Clara.

“Nosotras somos autónomas, dependemos de nuestro trabajo. Si hay algo que necesitamos, para restaurar el inmueble por ejemplo, pedimos a la Alcaldía y a Patrimonio su ayuda, no así para mantenernos”, enfatiza la monjita.

De hecho no reciben ningún emolumento por parte de la iglesia o del Estado. •

El museo

El museo de Santa Clara es uno de los más místicos de Sucre y está ubicado en la Calle Calvo Nº 290.

En el coro alto están los cuadros de pintores como Bernardo Bitti, Gaspar Miguel de Berrio o Melchor Pérez de Holguin, esculturas en madera de cedro, mantelería fina con pedrería que bordaban las hermanas Clarisas, báculos y otros artilugios de plata, sillones, libros litúrgicos, iconografía de la vida contemplativa, además de instrumentos musicales barrocos, bargueños donde guardaban pedrería fina, entre otras maravillas.

El tesoro del museo es el órgano del Siglo XVII que está restaurado y el guía Gabriel Campos toca para los visitantes especiales, como representantes diplomáticos que llegan a la ciudad, delegaciones, entre otros.

Abajo esta la cripta donde fueron enterradas las hermanitas en siglos pasados y hasta hace 50 años atrás. La gente también puede visitar la iglesia y dar una vuelta por el claustro de las monjitas que ahora está vestido de gala gracias los murales barroco mestizos de 1707, restaurados con el apoyo de la República Federal Alemana.

El museo solo está abierto por las tardes de 14:00 a 18:00 de lunes a viernes y los sábados de 14:00 a 17:30. El costo para mayores es de Bs. 15 y para menores de Bs. 5. El derecho a cámara es de Bs. 5. Cuando ingresan delegaciones apenas se cobra Bs. 2.50. Es una visita altamente recomendada para los colegios.

La rutina de una Clarisa

La orden no fue fundada para estar dentro de un claustro, pero con el tiempo los Papas fueron imponiendo normas de vida contemplativa en los conventos. Las Clarisas, si así lo desean pueden salir a la calle para resolver temas urgentes como ir al médico, hacer trámites o las compras. “Nuestra mística es la fraternidad, nos dedicamos a la oración, pero no es un requisito cerrado vivir dentro de un claustro, es opcional”, aclara Sor Juanita.

Despiertan a las 5:30 a.m. y a las 6:00 ya están orando hasta las 8:00. Leen tres salmos, la dos lecturas del evangelio y de los padres de la iglesia, por ejemplo de la vida de un santo. También incluyen lecturas breves y cánticos de Zacarías. Luego realizan la oración personal y meditación.

A las 8:00 desayunan juntas y el trabajo comienza a las 8:30 haciendo labores de casa y el trabajo de repostería.

12:00 a.m. rezan antes del almuerzo y se dan ese tiempo para compartir entre hermanas.

13:30 a 15:00 es el tiempo de silencio, un descanso no solo para el cuerpo, sino sobre todo para un recogimiento personal que permita meditar por ese medio día transcurrido y pedir perdón a Dios por cualquier falta cometida. “Es un encontrarse con una misma”, dice la hermanita Juana.

Solo desde las 15:00 hasta las 17:00 tienen tiempo para realizar trabajos manuales y de ornamentos por encargo, desde manteles bordados o pintados, hasta cordones y rosarios.

A las 17:00 rezan el misterio del día en el rosario y luego van a la misa diaria de las 18:30 abierta para el pueblo. La eucaristía es para todos, la iglesia está abierta desde las seis de la tarde y el capellán es el padre Arístides Espada.

A las 19:30 comparten la cena y luego tienen un momento de recreación donde juegan y hasta bailan. También ven películas de los santos y eventualmente noticias, cuando hay muchos problemas y quieren estar al tanto de la situación.



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