domingo, 29 de marzo de 2015

Virginia Blanco, la primera beata boliviana

BEATIFICACIÓN | SU NOMBRE YA SUENA EN LOS PASILLOS DEL VATICANO, Y EL PAPA FRANCISCO HA RECONOCIDO QUE TIENE TODOS LOS MÉRITOS PARA SER NOMBRADA BEATA. SE HA COMENZADO EL PROCESO PARA ELLO.

Qué hace que una señorita de la aristocracia escoja a los pobres y se convierta en una dedicada voluntaria a favor de los necesitados? ¿Que renuncie a todos sus bienestares y posesiones y las done a los necesitados? ¿Que decida no tener una familia, un matrimonio acomodado, ni una vida de hogar para encargarse en cuerpo y alma a dar ayuda a los abandonados? El amor por el prójimo.

La respuesta, tan simple como intensa, acerca a Virginia Blanco Tardío cada vez más a la santidad, sobre todo en cuanto respecta a su familia y a quienes compartieron con ella, para quienes "la Vichy" (como la conocían todos) ya es una santa. ¿Cuál es la historia de esta mujer singular cuya labor ya ha sido reconocida por el papa Francisco como “heroica”, y que logró durante los años en que vivió marcar una profunda diferencia en los demás?



EL CAMINO A LA SANTIDAD

Hace años se ha abierto un proceso (ver recuadro) para beatificar a esta cochabambina que ha sido conocida por su labor caritativa y solidaria, aunque ha sido este año 2015 en que el papa Francisco ha dado luz verde para que el camino sea expedito.

Para lograr que se reconozcan las virtudes de Virginia, un grupo de familiares y allegados, así como varios religiosos, están trabajando para reunir más pruebas sobre la dedicación absoluta que tuvo esta mujer por los más necesitados hasta el último de sus días.

Virginia Blanco Tardío nació en Cochabamba el 18 de abril de 1916 y murió en julio de 1990. Fue hija de Luis Blanco Unzueta y de Daría Tardío Quiroga, ambos pertenecientes a reconocidas familias de Cochabamba con un árbol genealógico privilegiado en el que estaban políticos influyentes (dos presidentes) e incluso el compositor de la letra del himno al departamento, Benjamín Blanco.

Virginia fue la segunda de cuatro hijas, Alicia, Virginia, María Luisa y Teresa, madre de Carlos Sarabia Blanco, con quienes hicimos este reportaje, quien es la única que sobrevive. Virginia era siete años mayor que ella.

A sus 92 años, esta mujer de porte elegante y cabello blanco como la nieve, tiene una memoria formidable y recuerda detalles pequeños de la vida con su hermana como si aún la tuviera a su lado. Teresa no oculta el orgullo de que su hermana favorita pueda llegar a ser santa, pero deja claro que ella no necesita ningún certificado para estar segura de que Virginia sí fue una mujer de una bondad sobrenatural.

“Entregó su vida a los demás” cuenta, “y en esa entrega nos dio la oportunidad también a nosotros de ayudar. Recuerdo los trabajos de manualidades que yo la ayudaba a hacer para vender y lograr fondos para sus obras benéficas, fueron momentos maravillosos para mí. Virginia siempre me dijo que yo era su preferida, su “hijita”, y yo crecí amándola y admirándola profundamente”.

Su hijo Carlos, ingeniero agrónomo jubilado, escucha con ternura cuando su madre navega en sus recuerdos de infancia y relata que a la Vichy nunca le gustó jugar como a una niña común, no subía a los árboles, no le interesaban fiestas ni reuniones y desde muy pequeña tuvo una inclinación solidaria hacia los más desprotegidos. Teresa cuenta que iba junto a su hermana mayor tres veces al día a misa, y que fue Virginia la que le inculcó la fe con la que vive hasta ahora y que la rodea en su casa.



LA DIFERENTE, LA ÚNICA

La familia Blanco Tardío tenía una de las más bellas casas de Cochabamba, ubicada en la plaza principal, en la esquina de la Nataniel Aguirre y Santibañez, y toda la familia era profundamente religiosa y Virginia fue la más influida e influyente en esa creencia.

Carlos tuvo la oportunidad de vivir durante cinco años con su tía y su abuela, a los 10 años, cuando sus padres estaban exiliados en Chile durante la Reforma Agraria del MNR, y ella fue un ejemplo para él y los tres hermanos (de los seis que son) que vivieron con ella. La tía Vichy fue una figura que los marcó profundamente. Les enseñó la generosidad sin medida, la necesidad de ser honestos y de hacer algo por los demás y también el lado amoroso de una tía que mimaba a sus sobrinos cuando podía y se reía de sus travesuras, pero que era intransigente al momento de exigirles respeto en sus tareas y responsabilidades.

“Hay dos cosas básicas en mi tía, el dedicarse a los pobres y al apostolado, por eso justamente toma la decisión de no ser monja porque quería estar cerca de la gente, y no ser una mujer que paraba rezando todo el día ni golpeándose el pecho. Mi tía era una mujer activa, que daba clases en varios colegios, (fue la primera maestra de religión de Cochabamba) difundía la religión católica, que iba caminando a las escuelas más lejanas, que estaba siempre ocupada ayudando a los demás.”

Por ese vivir por el otro, por ese desinterés en la moda, en el romance, en la vida de una señorita de alcurnia, Virginia Blanco fue muchas veces objeto de burla por parte de sus otras hermanas y de las amigas, quienes contrariamente a Teresa, no entendían por qué en lugar de disfrutar de una vida sin problemas, con las comodidades que en ese entonces tenía la familia, Virginia no dejaba de pensar en los demás, no se compraba ropa nueva, ni usaba joya alguna, rechazaba pretendientes y se la pasaba corriendo todo el día entre el comedor gratuito (el primero que abrió de varios), el policonsultorio (El Rosario) que había acomodado en su propia casa, su misión pastoral con la que fundó varios grupos de oración y voluntariado, y la enseñanza de la religión, de la que fue la primera maestra en la ciudad en varias escuelas, trabajo por el que nunca cobró.

Los comedores gratuitos, cuya primera sede se inauguró en 1954, fueron conocidos como Comedores Sociales y atendían hasta 300 personas al día.

Hasta hoy sigue funcionando uno de ellos. En 1977, en la sala de su casa, abrió el policonsultorio para atender a las personas más pobres y con su dinero lo dotó de medicamentos y suministros, además organizó varios grupos de acción pastoral y fue presidenta de la Asociación de Mujeres Católicas durante varios años. En 1962 creó el grupo Oración y Amistad Nuestra Señora de La Merced, que todavía existe. Durante 40 años fue maestra de religión en diferentes colegios fiscales y también dictó catequesis de preparación para el bautismo, la primera comunión y el matrimonio.



UNA ALEGRÍA EN PAZ

Aunque era una mujer de apariencia frágil, Virginia se caracterizaba por su temperamento aguerrido y determinado y también impaciente, “una vez que se le metía una idea en la cabeza, no descansaba hasta hacerla realidad”, cuenta Carlos.

Y cuando descansaba, escribía versos religiosos y leía la Biblia, aunque también le gustaba dibujar. Era una experta hablando quechua y muchos de esos versos los escribió en esa lengua que a ella le gustaba tanto. “Una anécdota curiosa que recuerdo es que alguna vez le prestaba dinero a mi padre que tenía una oficina de químicos en la planta baja de la casa, y que a veces mi padre tardaba en devolverlo. Mi tía, para cobrarle, le escribía un verso, y esa era la señal: si se llegaba al verso la cosa estaba brava”, ríe Carlos.

Hasta ahora, en un viejo mueble que ella usó hasta su muerte, su hermana sigue guardando la única cartera que tuvo Virginia, una bolsa de cuero de color café, desgastada por el uso pero llena de simbolismo, junto a los lápices de colores, tizas y algunos cuadernos. Hay otros objetos suyos, muy modestos, pero en realidad son muy pocas sus pertenencias. Virginia no acumulaba. Todo lo compartía. Era parte de su naturaleza. Por ello toda su herencia, la donó para obras solidarias, una muestra es el terreno del colegio Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús de Cochabamba (mejor conocido como el Colegio Irlandés), Virginia movilizó a una colonia de médicos bolivianos que vivían en Estados Unidos para apoyar el consultorio médico, buscó donaciones del exterior y dentro del país e incluso llegó a arriesgar su salud, recuerda Carlos. “Una vez cuando estaba llevando la comunión junto a uno de los sacerdotes a un barrio pobre, la mordieron unos perros y estuvo muy delicada, pero no se detuvo, nunca se detuvo.”



DESCANSANDO EN PAZ

Su hermana Teresa rememora la tarde en que su hermana adorada murió, y sus ojos claros se llenan de lágrimas. Estaban las dos recostadas sobre la cama conversando, Virginia vestida y apoyada en unas almohadas, cuando de pronto reclinó la cabeza. Estaba muerta. “Yo me puse desesperada, la abracé llorando, pero ella no reaccionó. Murió en paz, no sufrió nada, fue un ataque al corazón, como si se quedara dormida. Al entierro fue todo Cochabamba, estaba todo repleto, gente de todos lados llegó a despedirse de ella”.

Curiosamente Virginia le tenía miedo a la muerte, y cuando su sobrino le preguntaba por qué sí es que trabajaba tan cerca de Dios, ella se enojaba. “Cuándo le preguntaba qué era el cielo, ella me contestaba siempre ‘es el gozo de ver a Dios´, y yo me imaginaba un estadio con Dios al medio y mucha gente mirándolo y me parecía lo más aburrido, y ella disfrutaba mis interpretaciones de niño, no era una mujer aburrida ni mucho menos, estaba llena de vida, era seria y sacaba su buen humor en esos versos que escribía, era parca y estaba preocupada constantemente. Tenía alegría pero quieta, tranquila”.



CRONOLOGÍA

1996. Familiares de Virginia Blanco Tardío recogen información acerca de su vida y obras bajo la guía del padre Javier Baptista.

1998. El grupo de Oración Nuestra Señora de la Merced promueve la causa a través del padre Víctor Blajot, nombrado postulador oficial.

200. Se determina que las investigaciones y testimonios están conformes a los estamentos de la Iglesia Católica y se da curso al pedido de beatificación.

2001. El entonces arzobispo de Cochabamba, Monseñor Tito Solari, comienza el proceso de beatificación. Encarga a los sacerdotes Miguel Manzanera y Santiago Suñer recoger más documentos y testimonios relativos a la causa.

2005. Se nombra al padre Paolo Molinari como postulador en Roma, que luego es reemplazado por el padre Manzanera.

2015. El papa Francisco autoriza la promulgación del decreto de beatificación de Virginia Blanco Tardío, resaltando sus “virtudes heroícas”.





UN LARGO CAMINO

Para lograr la beatificación pueden pasar muchos años, en medio de un proceso complicado. Estos son los pasos que dictamina la Iglesia Católica.

Siervo de Dios. El obispo diocesano y el postulador de la causa piden iniciar el proceso de canonización tras realizar una exhaustiva averiguación con personas que conocieron al candidato para saber si en verdad su vida fue ejemplar y virtuosa. Si se logra comprobar por el testimonio de estas personas que su comportamiento fue ejemplar, la Iglesia le declara «Siervo de Dios».
Venerable. La Congregación para la Causa de los Santos del Vaticano aprueba la "positio" un documento en el que incluyen, además de los testimonios de los testigos, los principales aspectos de la vida, virtudes y escritos del Siervo de Dios. Si por estas detalladas averiguaciones se llega a la conclusión de que sus virtudes, fueron heroicas, el Santo Padre lo declara «Venerable».
Beato. Para que un venerable sea beatificado es necesario que se haya producido un milagro debido a su intercesión. Dicho milagro debe ser probado a través de una instrucción canónica especial, que incluye el parecer de un comité de médicos y de teólogos.
Santo. Para la canonización es necesario otro milagro atribuido a la intercesión del beato y ocurrido después de su beatificación. En el caso de algunos santos el procedimiento de canonización ha sido rápido, como por ejemplo, para San Francisco de Asís y San Antonio, que sólo duró 2 años. Para la inmensa mayoría, los trámites para su beatificación y canonización duran 30, 40, 50 y hasta cien años o más. Los santos "canonizados" oficialmente por la Iglesia católica son alrededor de 10.000. (Con datos de ABC)


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