martes, 2 de abril de 2013

La creación obra divina

El testimonio de los apóstoles y quienes estuvieron al pie de la cruz, cuando el Gólgota se quedaba sin latido, está en los escritos y nada alterará ese misticismo de lectura compartida.

Quienes valoramos y creemos en la divina Providencia, alabamos al abrir y cerrar los ojos, hora cotidiana de la oración, pronunciar su nombre es canto sutil de amor, su presencia necesaria como la vida. No me azoro hablar de Él, porque es energía, tengo fortuna a diario enciende mi corazón, en instantes de insomnio tengo su gracia y redime a mis ojos inmensamente abiertos a la noche. Pródigo, me da la razón, el desvelo termina conciliando mi sueño.

Cómo no creer en Él, la historia nos permite encontrar las dos orillas, su existencia condensada en pureza, parábolas con sabio conocimiento, avivó su luz ante la turba al anunciar que su reino no era de este mundo y esclareció que la verdad nos hará libres. Su muerte quebranto, tortura y azotes, conmovió a los crédulos y los cobardes que sin aliento huyeron de la colina, cuando se encendió el cielo, truenos escalonados con acento huracanado movió la faz de la tierra.

Señor, al ascender a las alturas, espacio infinito donde debe fundirse el perdón en un arrepentimiento por no haber interpretado la filosofía de la vida, "Amaos los unos a los otros, como yo os he amado", es una percepción que no se aplica, el corazón del humano va enredándose en malos pensamientos, desvaría ante lo sagrado de tu nombre, deshonra y agravia, gusta del aplauso de los lisonjeros, no hay discreción.

Pregunto, si estos fulgores tienen brío, si los rescoldos permanecerán siempre en vigilia.

Quienes te amamos devotas y devotos, seguidores de tu diafanidad, vida, muerte y resurrección afirmamos con fuerza y sensibilidad, haberte retratado desde la cal de los huesos, la piel, los ojos, todo, hasta el alma. Tu sabiduría integrada de amor es perenne hacia los malos y buenos que habitamos en la tierra esparcida, es cierto el tiempo parece constante nocturno, que tenemos que alumbrarnos con la lámpara que guía la mano, es luz pura y eterna del corazón.

Prodigio, te convoco desde todos mis sentires, intercede para que el silencio no trueque con la sombra, ni con los afanes de hacerse daño entre hermanos. Que la ansiedad permanente para vivir con plenitud nos salve de la angustia, haz que se multipliquen los trances de la paz por el desorden cotidiano forjado, alborotado adrede. El albedrío sea sensato y no falte en la mesa la espiga del pan de cada día, ni lo inédito de la gracia, la voluntad, la presencia, la gloria de tu misericordia.

La orden de tus mandamientos es anunciada por el tañido de las campanas, los vitrales, los cantos gregorianos, las goteras caen hasta el asfalto. Es otoño y los perales están listos para la cosecha, los peces se multiplican, la mesa queda llena con la bendición, comunión espiritual de agradecerte por tanto amor.

Siento tanta emoción por este instante que escribo, eres sello único de ternura, cómo desdeñarte si eres el mundo, estrella, diamante, lucero, alegría. Cuando te llamo, tu presencia desborda mis sentidos, tu grandeza es insustituible y cada jornada eres canto de amor. Estás conmigo desde el umbral alerta al destino, recordándome el mensaje de San Francisco de Asís, poeta que hablaba con los pájaros de la inmensidad, de la libertad, San Agustín y sus confesiones a ti que eres el Gran Maestro, la gloria, el verbo y la comunicación.

Las pláticas nunca son las mismas, van por el mismo camino espiritual, hay meditación.

"Dios. El hombre tierno y cruel, el mirlo músico, el agua abierta en sus magnolias frescas, la tierra henchida de metales útiles, el trompo zumbador de las abejas; de aquí, a lo alto de la espesa esfera, el gemido hacia Ti, rezo implorante; en las celestes horas, risas jóvenes; en la selva y mar los peces y los elefantes que hace tu voluntad de obrero insigne, el musgo, fuel gamuza de los ángeles; la rosa elemental que se persigue para el amor y el verso alucinante; la belleza y el bien que no se miden, el carbón superado en los diamantes, el fuego alado y el alado aire, todo esté en Ti, todo eres Tú, Tú Eres, ¡oh Padre Universal, extenso Padre!. Por mi perfecta célula y el alma que a Ti elevo en jornadas de alabanza, por la piedra que calla, por el río que canta, Gracias Señor mi Dios, tan necesario que hasta el monstruo te ama" (1).

Aleluya mi Dios, moras no solo en el planeta, también en los corazones que son cristales, cirios encendidos, cuando están a punto de extinguirse das serenidad eterna ante la muerte. Este domingo de simbólica resurrección, bendito, bendito seas porque estás vivo.

Bibliografía

Inarbourou, Juana de. Azor. Buenos Aires 1953.

No hay comentarios:

Publicar un comentario