domingo, 24 de marzo de 2013

En 2010, Bergoglio planteó sacar la Iglesia a las calles y flexibilizar el celibato de los sacerdotes

La crucifixión blanca, de Marc Chagall, resume – de alguna manera – el pensamiento de Jorge Mario Bergoglio, el actual papa Francisco. Es la imagen de ese Cristo de la esperanza. La utopía de lograr un cambio, en la Iglesia católica y en el mundo, a través del mensaje evangélico de Jesucristo que vivió y murió con la idea mesiánica de salvar a la humanidad del mal en todas sus formas y apariciones históricas. En el cuadro aparece un Cristo con los ojos cerrados, que está como dormido, soñando con otras imágenes de seres humanos sumidos en luchas y avatares, incendios, marchas, robos y naufragios. Un Cristo que, con su muerte, parece ofrecer un camino para salir de la oscuridad y el dolor que conlleva la vida humana. La obra fue realizada por un creyente judío, Marc Chagall, y es una de las preferidas del ahora pontífice del catolicismo.

Así lo cuenta en El Jesuita (Vergara, 2010), la biografía autorizada del entonces cardenal Jorge Bergoglio que realizaron los periodistas Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti. “No es una imagen cruel, es esperanzadora. El dolor se muestra allí con serenidad. A mi juicio es una de las cosas más bellas que pintó Chagall”, afirma en la obra. Confirmando su ecumenismo, el prólogo de El Jesuita lo escribe el rabino Abraham Skorka, amigo de Bergoglio.

Una Iglesia en la calle
Los autores parten de una constatación: en abril de 2005, cuando se produjo el cónclave posterior a la muerte de Juan Pablo II, Bergoglio rompió todas las expectativas al quedarse en el segundo lugar con 40 votos, detrás de Joseph Ratzinger, quien finalmente fue elegido papa con 77 sufragios.

Nunca, ningún cardenal latinoamericano había logrado semejante apoyo entre la curia romana. El dato adquirió enorme trascendencia en el cónclave de marzo, al que ingresó sin ser considerado favorito por los vaticanistas. Las versiones señalan que obtuvo más de 90 votos entre los 114 cardenales, una mayoría que resultó aplastante.

A lo largo de sus 15 capítulos y 192 páginas, Bergoglio cuenta los detalles más significativos de su vida y los núcleos fundamentales de su pensamiento. De allí la relevancia de la obra, pues logra mostrar la visión del mundo, los proyectos y las ambiciones de quien casi tres años después su publicación se transformaría en la cabeza del catolicismo.

Bergoglio, hoy Francisco, tiene la esperanza de lograr un cambio en la Iglesia, no en el plano doctrinal, pero sí en las formas y en los métodos que permitan sacar a la institución de su actual anquilosamiento y crisis estructural.

Planteo que surge, él mismo lo reconoce en el trabajo, en un momento en que la Iglesia enfrenta una erosión evidente del catolicismo. Fenómeno que él relaciona con otros dos concomitantes: la hegemonía de la sociedad del consumo, fuertemente hedonista, que ha resuelto vivir su vida a espaldas de la idea de Dios. Y, la segunda, por la crisis interna: los pastores se han transformado en administradores de una religión alejada de los intereses y la realidad de la gente, y muchos de ellos están cometiendo abusos imperdonables contra niños, mujeres y jóvenes.
Para ello, Bergoglio propone que la Iglesia salga al encuentro de la gente y vuelque a sus pastores a las calles. Tarea similar a la que ya están realizando sus hermanos cristianos, evangélicos o testigos de Jehová, que van casa por casa regando el mensaje cristiano, cueste lo que cueste.

¿Abrir el celibato?
Uno de los temas que más se cuestiona a la Iglesia en medio de la actual crisis es la pertinencia del celibato. El apóstol Pedro era casado. Y Pablo recomendaba a los obispos casados que respeten a sus mujeres.

Bergoglio anticipa que, en caso de revisar la prescripción del matrimonio entre los sacerdotes, la modificación no sería universal, sino en base a la cultura en la que se ejerce dicho servicio pastoral. “Si hipotéticamente alguna vez lo hiciera, sería por una cuestión cultural, como es el caso de Oriente, donde se ordenan hombres casados. Si la Iglesia llegara alguna vez a revisar esa norma, lo encararía como un problema cultural de un lugar determinado, no de una manera universal y como una opción personal. Esa es mi convicción”, indica en El Jesuita.
En los últimos capítulos de la obra, Bergoglio da a conocer su posición respecto de la realidad histórica de Argentina, en particular, destacando que es un país marcado por el desencuentro y por la oscuridad de la dictadura militar. Bergoglio fue acusado de haber colaborado para la detención de dos sacerdotes, Orlando Yorio y Francisco Jalics en 1976. Él lo niega y, más bien, presenta pruebas y testimonios de otros defensores de los derechos humanos sobre su acción a favor de la liberación de los religiosos en medio del régimen militar encabezado por Jorge Rafael Videla y Emilio Eduardo Massera. Durante la entrevista, Bergoglio destaca que la única salida a la crisis argentina es el rencuentro y la reconciliación. Sueño que cree se puede realizar en la construcción de una patria más justa y más igualitaria para todos

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