domingo, 20 de mayo de 2012

Cristo que llora, entre la fe y la ciencia

Ricardo Castañón Gómez es un hombre de fe y un hombre de ciencia. Es neurofisiólogo, doctor en psicología clínica y tiene especialidades en medicina psicosomática y neuropsicofisiología cognitiva. Estudió en Alemania e Italia. Entonces era ateo, pero la vida le ha mostrado que hay algo más allá que el lenguaje de la ciencia para explicar y comprender el mundo. Comprobó que la realidad material inmediata no es lo único que hay.

La psicología lo llevó a encontrarse con casos inexplicables desde el punto de vista de la ciencia y empezó a trabajar en un campo que hasta entonces había ignorado: el mundo del espíritu.

Desde entonces empezó a ver la ciencia desde un punto de vista diferente y se interesó en la mística; empezó a ocuparse de casos paranormales, a estudiar a personas videntes. La ciencia para él ya no estaba separada de lo espiritual. Hoy, Ricardo Castañón da conferencias para miles de personas alrededor del mundo. Toca temas de ciencia, de fe, de psicología y de relaciones humanas.

El Cristo que llora

En 1992 le pidieron que estudie el caso de un Cristo que llora. Castañón se encontró con una imagen de yeso que vertía lágrimas. Recogió las lágrimas, las llevó a un laboratorio y los resultados confirmaron que se trataba de lágrimas humanas, asegura. Poco después fue contactado para estudiar el caso de una mujer en Atlanta, Georgia, que afirmaba que se le aparecía la Virgen. Castañón viajó a Georgia y le realizó un estudio de encefalografía. Ahí se dio cuenta de que las visiones de la mujer estaban relacionadas con ondas cerebrales delta que, según explica, ningún cerebro puede producir en estado de vigilia. Castañón empezó a estudiar los fenómenos místicos y paranormales desde un punto de vista científico.

Pero uno de los eventos más increíbles que le tocó estudiar fue el del famoso Cristo que llora en Cochabamba y que año tras año recibe la visita de miles de creyentes en una capilla que se ha erigido en una casa de familia de la calle Belzu. Un periodista le hizo conocer el caso en 1995 y él decidió comprobar si se trataba de algo real o no.

Castañón se encontró con un Cristo que lloraba tanto lágrimas cristalinas como otras de sangre. Se quedó ante la imagen hasta comprobar por sí mismo que las lágrimas de sangre efectivamente procedían de la imagen. Al presenciar lo que podría ser catalogado como un milagro, este psicólogo clínico tomó una muestra de esas lágrimas, siempre en presencia de un abogado y otros testigos que pudieran dar fe de cada paso que había dado en su investigación; luego llevó las muestras a laboratorios tanto en Bolivia como en el extranjero y todas tenían el mismo resultado: el líquido que emanaba de la imagen provenía de un organismo humano.

“Hemos investigado, hemos hecho tres estudios grandes que demuestran que aquí hay sangre humana, hay hemoglobina y esto no es un fraude. Científicamente esto no se puede explicar, pero sucede”, señala.

Al mismo tiempo, también se realizaron tomografías a la imagen, radiografías computarizadas para determinar si existía en su interior quizás algún mecanismo extraño que pueda producir las efusiones de lágrimas. “La imagen está hueca”, afirma Castañón.

Si bien el obispo de Cochabamba permitió la veneración de la imagen y la construcción de una capilla, la autoridad eclesiástica aún no ha declarado este hecho como milagro. “Mi intervención termina cuando yo le digo a la autoridad de la Iglesia que esto es real y que aquí brota un líquido humano. Yo garantizo eso. Hemos estudiado esto por 17 años”, dice y sostiene que el resultado de estos estudios está respaldado por los documentos correspondientes.

“Y las piedras gritarán”

¿Por qué llora el Cristo de Cochabamba?, le preguntamos a Castañón.

“Yo le pregunté a un teólogo por qué sangra esta imagen y él me dijo que lea el capítulo 19 de San Lucas, versículo 38. Es el momento en el cual Cristo ingresa triunfante a Jerusalén y todos le saludan. Pero en medio de la bulla también se acercan unos fariseos y le dicen: ‘Maestro, haz que tus discípulos se callen’, y él les responde: ‘Si mis discípulos se callan, las piedras gritarán’”.

El teólogo le explicó que en el mundo de hoy ya casi no se habla de Dios y se ha relegado lo espiritual a un plano totalmente secundario. La imagen de yeso es comparable a esa piedra que grita de la que hablaba Jesús en Jerusalén. Ricardo Castañón estudia casos similares en todo el continente: en Argentina, en Colombia, en México y EEUU. En el último tiempo se han descubierto imágenes de hostias que sangran.

Pero Castañón se dedica también a investigar el cerebro humano y las relaciones interpersonales. Ha escrito más de una decena de libros; el último titula Cuando la palabra sana, que es la continuación de un libro anterior, Cuando la palabra hiere. Castañón está convencido del poder de las palabras y cree que pueden servir tanto para destruir como para sanar.

El estudio del poder de la palabra le ha tomado a este psicólogo clínico varios años de investigaciones. Asegura que los miembros de una misma familia, incluso los padres y los hijos, se causan heridas muy profundas a través de las cosas que dicen.

“La gente usa la palabra para herir; incluso cuando uno quiere corregir a un hijo o algo, siempre va a usar la palabra que ofende”.

La propuesta de Cuando las palabras sanan es aprender a usarlas de manera adecuada. El autor propone la eufonía. “En griego, el prefijo ‘eu’ es algo bueno y positivo y ‘phonos’ es la voz, el sonido. Aun cuando uno corrija a su hijo por algo en lo que se ha equivocado, se deberían usar palabras sanas equilibradas. Es bueno llamar a las cosas por su nombre, pero es mejor buscar para ello palabras bellas, ése es el principio de la eufonía. Hay gente que me dice: ‘Yo, para que mi hijo reaccione, tengo que insultarlo, lo tengo que humillar para después levantarlo’. Eso no es así”, afirma.

Pero el libro también habla de la importancia de las caricias, sobre todo entre padres e hijos, y de la segregación de químicos que éstas producen creando conexiones neuronales en el cerebro, que después hacen huellas que contribuyen a la estabilidad emocional de las personas. Hay conexiones neuronales que resultan de hábitos positivos y negativos de las personas. Se forman con el tiempo y también pueden deshacerse, cambiar, a partir de una decisión y los actos que acompañan a esa decisión, dice.

En 1992 le pidieron que estudie el caso de un Cristo que llora. Castañón se encontró con una imagen de yeso que vertía lágrimas. Las recogió, las llevó a un laboratorio y los resultados confirmaron que se trataba de lágrimas humanas, asegura.

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