domingo, 28 de agosto de 2011

El gran problema

El evangelio de este domingo es continuación del domingo pasado y está tomado de Mateo 16,21-27. Leíamos el domingo la admirable confesión de fe de Pedro y la alabanza que Jesús hizo y la investidura como cabeza, Piedra, de la Iglesia. Hoy, Cristo anuncia que va a Jerusalén a padecer, será crucificado, y resucitará al tercer día. Pedro, entonces, es presentado en su grandeza y en su debilidad. Por ello, es importante tener presente las dos realidades que el evangelio nos da en este capítulo 16.


La fe verdadera no se limita a la proclamación de principios abstractos de la doctrina cristiana. La fe auténtica se muestra y demuestra por el cumplimiento de la voluntad de Dios, por la capacidad de decir Sí a la voluntad de Dios, como supo hacerlo María, "hágase en mí tu palabra" (Lc 1,38). El Sí de María dio cabida a la actuación salvadora de Dios.

Es impresionante el cambio de la alabanza a la condenación que Jesús hizo a Pedro. "Apártate de mi Satanás" (Mt 16,23; Mc 8,33). Antes lo llamó Roca, piedra fundamental de su Iglesia. Ahora es Satanás a quien antes proclamó bienaventurado. Le reprende por tener pensamientos que “no son de Dios, sino de los hombres” (Mt 16,23).

El gran problema es permanecer firmes en la fe. En el libro de Jeremías, primera lectura de hoy, el profeta se queja amargamente a Dios porque su vocación le ha traído solo disgustos y persecuciones, porque no solo tiene que anunciar, sino muchas veces denunciar las cosas que van mal en aquel tiempo, sus palabras le hacen odioso al pueblo y, especialmente, a las clases dirigentes.


En el pensamiento de Pedro no cabe la idea del fracaso de Jesús, su muerte en la cruz. Jesús es para Pedro el Mesías victorioso que tiene que ser reconocido por todos. Por ello, no puede acabar en la muerte. La reacción es parecida a aquella cuando vio a Cristo con la toalla ceñida para lavarle los pies. Pedro todavía no había entendido nada ni que Cristo tuviese que padecer, ni que la autoridad era un servicio; el servicio siempre trae el sacrificio, la cruz.


Jesús advierte algo sumamente importante, “pensaba como los hombres, y no como Dios”. Una vez Jesús resucitado, Pedro hablará en su predicación que el “Mesías tenía que padecer” (Hch 3,18). Pedro aceptará ir también a la cruz y morir en ella, como testimonio de fe y amor en el Maestro.


Claras, muy claras son las palabras de Jesús a sus discípulos de todos los tiempos, “el que quiere seguirme, que renuncie a sí mismo, que cargue su cruz y me siga” (Mt 16,24; Mc 8,34; Lc 9,23). Conservar la fe, permanecer en ella, difundirla será siempre cruz.


La cruz es fruto del pecado que convierte los dones del Señor en causa de dolor, de suplicio. Cargar o llevar la cruz nos costará a todos. Lo rehúye nuestra naturaleza humana. No estamos hechos para el dolor sino para la felicidad.
San Pablo, segunda lectura, nos invita a ofrecer nuestras personas como una víctima viva, santa y agradable a Dios. Como decimos en la tercera plegaria eucarística, “haznos ofrenda permanente”.


A nadie le gusta la Cruz. Pero Cristo no prometió a ningún discípulo que el seguirle sería cómodo, “cargue con su cruz y sígame”, son las palabras del Señor. Al contrario de estas enseñanzas estaremos siempre tentados de buscar un “cristianismo a la carta”, escogiendo siempre lo que nos gusta.


Pedro sintió las mismas dificultades que nosotros en el seguimiento de Cristo. En cada cristiano coexisten la fe sincera y el amor a Cristo, aceptamos a veces unas enseñanzas del evangelio y prescindimos, no pocas veces, de lo que no nos agrada. Por ello, la vida cristiana no siempre es serena, sino que hay tormentas y dudas en el seguimiento de Jesucristo y en la obligación de ser discípulos misioneros.


Al iniciar, en este domingo, el mes de la Biblia en Bolivia y cuando comenzamos los cultos en honor de la Virgen Santa de Guadalupe, es importante recordar las palabras de Benedicto XVI, en la Verbum Domini: "la palabra de Dios revela la naturaleza filial y relacional de nuestra vida. Estamos verdaderamente llamados por gracia a conformarnos con Cristo, el Hijo del Padre, y a ser transformados en Él" (VD 22).

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