lunes, 9 de mayo de 2011

Bin Laden, Hitler, Lenin y Guevara: poder de los santuarios

El cuerpo de Osama Bin Laden fue sepultado en el mar para negarles a sus seguidores un santuario, según se ha informado. Pero ¿por qué las tumbas de los líderes importan tanto?

Para un hombre que había sido el más buscado del mundo, fue un lugar de descanso final profundamente mediocre.

Su cadáver fue lanzado al océano desde un portaaviones de Estados Unidos y los funcionarios de ese país se han esforzado en insistir en que el proceso se llevó a cabo en "estricta conformidad con los preceptos y las prácticas islámicas".

Objetivo

Pero el propósito de su sepultura marina era clara: asegurarse de que no habría ninguna tumba que se convirtiera en santuario para sus seguidores y en herramienta de reclutamiento para el islamismo extremista.

Es un motivo con claros antecedentes históricos. Los regímenes victoriosos, sobre todo cuando se enfrentan a movimientos ideológicos con líderes carismáticos, a menudo se han mostrado ansiosos de negarles a sus enemigos derrotados un punto de encuentro, un lugar donde los simpatizantes puedan reunirse para venerar a sus muertos.

Hitler y Ernesto "Che" Guevara

El cadáver parcialmente cremado de Adolfo Hitler fue desenterrado por las fuerzas soviéticas invasoras de su sepultura inicial en Berlín, la capital alemana, antes de ser trasladado en varias ocasiones.

Su destino final es un misterio y algunos alegan que su cráneo y su mandíbula fueron llevados a Moscú, la capital de la ex Unión Soviética.

La casa del dictador en los Alpes bávaros, conocida como Berghof, fue demolida en la década de 1950 por el gobierno de Alemania Occidental, que temía que se convirtiera en un punto focal para los neo-nazis.

Otros líderes nazis ejecutados por los aliados después de los juicios de Nuremberg fueron cremados y sus cenizas fueron esparcidas en el río Conwentzbach para frustrar cualquier intento por parte de posibles simpatizantes de conmemorarlos.

En el otro extremo del espectro político, el cuerpo del revolucionario argentino Ernesto "Che" Guevara fue fotografiado someramente por los enemigos que lo mataron en Bolivia antes de enterrarlo en una tumba sin nombre. Sus adversarios quizás anticipaban el culto que inspiraría.

El Madhi, Lenin y Stalin

El destino de Bin Laden hace eco de cómo el imperio británico trató a otro musulmán insurgente, Ahmad Muhammad, conocido como El Mahdi, cuya tumba fue destruida en Sudán para evitar convertirla en un punto de encuentro para sus seguidores.

El Mahdi obtuvo victorias militares contra los británicos, incluida la masacre de la guarnición de Jartum, antes de morir de tifus. Sus seguidores fueron aplastados por los británicos, su tumba fue destruida y sus huesos fueron arrojados al río.

El esfuerzo consciente de algunos para evitar levantarles santuarios a sus enemigos se contrapone a la voluntad de los regímenes ideológicos de crearles santuarios a sus héroes.

La muestra pública del cadáver embalsamado de Vladimir Ilich Lenin, mucho después de su muerte, en un mausoleo de la Plaza Roja de Moscú, puede haber tenido la intención de representar la persistencia de la mitología de la fundación de la Unión Soviética.

Pero esto significaba que, por extensión, el destino de los restos de José Stalin -que al principio aparecían junto a los de Lenin, su predecesor, y luego fueron retirados durante el deshielo iniciado por Nikita Jruschov- simboliza el proceso por el cual disminuyó su reputación.

Mussolini y Franco

Para el catedrático Michael Cox, del departamento de Relaciones Internacionales de la London School of Economics, en el Reino Unido, el fin marino de Bin Laden va más allá de las circunstancias específicas del mundo después del 11 de septiembre de 2001.

En su opinión, la mitología de muchas ideologías revolucionarias depende tanto de la veneración de los héroes caídos que sus oponentes siempre intentan frenar cualquier atractivo emocional.

"No es algo específicamente islámico. Hay una cuestión más amplia sobre el papel de los mártires en cualquier tipo de lucha, no sólo en términos de la iconografía, sino también en cómo el martirio se utiliza como un medio para continuar la lucha. Los mártires ayudan a crear nuevos adeptos", señala.

En efecto, un fuerte indicativo del poder de los santuarios son las batallas que se libran por ellos mucho después de la muerte de sus ocupantes.

El cadáver del líder italiano Benito Mussolini fue, sucesivamente, colgado de ganchos de carne por partisanos victoriosos, enterrado en una tumba anónima, desenterrado por fascistas leales a él, re-capturado por las autoridades y finalmente enterrado de nuevo en una cripta, años después de su muerte.

Del mismo modo, el Valle de los Caídos, cerca de Madrid, que alberga la tumba de Francisco Franco y fue construida en parte por presos republicanos, divide a muchos españoles hasta nuestros días según las líneas de la guerra civil.

Inmortalidad

Por esta razón, considera el historiador Laurence Rees, autor de "A puerta cerrada. Historia oculta de la Segunda Guerra Mundial", el santuario de cualquier líder político tiene la intención de proporcionarle cierto tipo de inmortalidad.

Los dictadores mismos, observa, tienden a darle una gran importancia a dejar atrás un recuerdo permanente de sí mismos.

"Hitler no creía en la vida después de la muerte, pero sí creía que seguiría viviendo a través de lo que había logrado", dice. "Él se imaginaba que estaría en una especie de sarcófago gigante y que, incluso después de la muerte, seguiría físicamente ahí, pero la derrota le negó eso", añade.

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