domingo, 24 de abril de 2011

Ocho puertas abren paso a la ciudad tres veces Santa

Ocho puertas dan acceso a la vieja ciudadela amurallada de Jerusalén, venerada por cristianos, musulmanes y judíos. Ciudad idónea para visitar esta Semana Santa, en un área de apenas un kilómetro cuadrado se concentran algunos de los más sagrados lugares del mundo: el Santo Sepulcro y la Vía Dolorosa.


EL MAL SUEÑO DE SULEIMAN.
Cuenta la leyenda que una noche, el sultán Suleimán el Magnífico (que gobernó el imperio Otomano en el siglo XVI d.C.) tuvo una pesadilla en la que era atacado por varios leones que trataban de devorarle.
Al despertarse, debatió con sus asesores el origen del mal sueño, y uno de ellos interpretó que las bestias le atacaban porque no había protegido suficientemente la ciudad santa. El sultán tuvo entonces claro lo que tenía que hacer y ordenó construir la muralla que a día de hoy envuelve la ciudad vieja.
"Partes de la muralla son anteriores a Suleimán, cuyos constructores utilizaron muros levantados por los cruzados, romanos o hasmoneos, entre otros", explicó a Efe la guía turística israelí Rajel Cohen, del Museo de la Torre de David, que añadió que "Jerusalén es una ciudad construida capa a capa".
Suleimán construyó sus murallas siguiendo aproximadamente el recorrido de las que levantaron los romanos en el siglo I a.C., que tenían sólo cuatro puertas de acceso orientadas hacia cada uno de los puntos cardinales.
"Podía haber construido unas murallas más fuertes, más anchas, con sitio para colocar cañones, pero no lo hizo, utilizó otro tipo de construcción, más estética: eso nos hace pensar que no se levantaron sólo para proteger Jerusalén, sino también para hacer de la ciudad un símbolo", explica el arqueólogo palestino Taufiq Deadle, de la Universidad de Jerusalén.
Cohen explica que "en el este de la muralla hay una tumba con dos sombreros y se dice que ahí están enterrados los dos arquitectos, a los que el sultán mandó cortar la cabeza para que nadie pudiera copiar unas murallas tan bellas".

OCHO PUERTAS DE ACCESO.
Suleimán amplió el número de puertas y ahora la muralla cuenta con ocho aberturas, aunque una de e-llas permanece sellada. Hasta el año 1887, todas se cerraban al caer el sol y no volvían a abrirse hasta el siguiente amanecer.
El más grandioso de los pasos a la mágica ciudad empedrada es, sin duda alguna, la Puerta de Damasco, que data de 1537. Está en la cara norte, mirando hacia la ciudad palestina de Nablus y, más allá a la capital siria, Damasco. Su nombre árabe, Bab Al Hamoud, significa "la puerta de la columna", en referencia a un monolito romano de la victoria que en el pasado se levantaba en la plaza exterior, dominada por dos majestuosas torres.
"La Puerta de Damasco está construida sobre otra puerta de época romana y es el origen del que parten las dos vías que atraviesan la ciudad de norte a sur siguiendo el curso de dos antiguas vías romanas: La calle de la Prensa de Oliva (Khan A Zayit) y la calle del Valle (Sharia Al Wad)", explica Deadle.
Un colorido zoco llega hasta la misma puerta, donde cada mañana los mercaderes palestinos instalan sus puestos y gritan los precios de la fruta y verduras, que van bajando según se acerca la hora de cierre.
En el lado opuesto de la ciudad se levanta la puerta de Yafa, conocida en árabe como Bab El Jalil (Hebrón). De aquí partía la carretera que comunicaba la ciudad santa con el Mediterráneo, desde donde zarpaban los barcos hacia Europa. En un lado del portón se ubicaba una estación de diligencias, donde subían y bajaban los viajeros que iban y venían de la costa.
La puerta está coronada por un matacán desde el que los soldados observaban quién se acercaba y podían arrojarles aceite hirviendo. Sus muros conservan señales de bala de las distintas guerras que han asolado la región. "Está construida en forma de "L" para hacer más difícil la entrada de tropas invasoras que atacasen la ciudad y quisieran entrar a caballo", explica el arqueólogo.
Otra de las entradas más transitadas es la Puerta Nueva. Es la más reciente y, quizás por ello, una de las menos espectaculares, sin elementos arquitectónicos destacables. Se trata de una mera apertura que se hizo en el norte del muro en 1887, por presión de las potencias europeas, que querían que se facilitase el acceso a la Ciudad Vieja a los muchos cristianos que se habían instalado a las afueras de las murallas a finales del siglo XIX.
En ese mismo lateral está la Puerta de Herodes, también conocida como Puerta de las Ovejas o Puerta de las Flores, por las rosetas esculpidas en la piedra que la adornan. Originalmente un acceso menor, fue ampliada por los otomanos a finales del siglo XIX para atender a la creciente población musulmana que se instaló fuera de la ciudad.
Tradiciones islámicas creen que la resurrección de los muertos tendrá lugar en la colina cercana, donde se levanta un gran cementerio musulmán.
En la pared este de la muralla, frente al Monte de los Olivos, se abre la Puerta de los Leones, también llamada de San Esteban o de Yehoshafat, construida en 1538 y adornada con bajo relieves de un par de leones. Es el acceso más cercano a la Explanada de las Mezquitas y mira hacia la antiquísima ciudad de Jericó, a orillas del Mar Muerto.


LA PUERTA DE LA VIDA ETERNA, SELLADA.
De la misma época, pero con un nombre mucho menos hermoso, es la Puerta de los Desperdicios, por la que se sacaba la basura de la ciudad. No se trata precisamente de una puerta monumental y su importancia radica hoy en ser el principal acceso al Muro de las Lamentaciones. También se la denomina "Puerta de las Ovejas" puesto que, según la tradición judía, a sus afueras se guardaban los animales que iban a ser sacrificados en el Segundo Templo.
Un poco más adelante y también en la cara sur está la Puerta de Sión o de David, levantada en 1540 sobre muros de los periodos hasmoneo y herodiano y que da acceso al barrio judío de la Ciudad Vieja.
La más controvertida de todas las puertas es, precisamente, la que permanece sellada, la Puerta Dorada, a la que muchos se refieren como la "Puerta de la Vida Eterna" o "Puerta de la Misericordia", situada en la pared este de la ciudadela, mirando hacia el lugar por donde sale el sol.
De acuerdo con la tradición judía, ésta será la puerta a través de la cual el Mesías entrará en Jerusalén cuando regrese.
El acceso es el más antiguo: data del siglo VII, del primer periodo islámico de Jerusalén, pero permanece sellada desde 1541.
Según el Ministerio de Exteriores israelí, "los árabes sellaron la puerta hace siglos para impedir la entrada del Mesías", pero hay diversas teorías.
El arqueólogo Deadle explica que la puerta "está en un valle sagrado para los musulmanes, porque la tradición islámica asegura que el Día del Juicio Final tendrá lugar allí. Por eso muchos fieles quieren ser enterrados ahí y se levantó un cementerio musulmán, que fue lo que motivó que se cerrase, para que la gente no pisase las tumbas".
El paso de los siglos ha visto cómo la vieja ciudadela de Jerusalén cambiaba de manos y fisonomía, pero hay algo que se mantiene inalterable: La creencia de miles de peregrinos cristianos, judíos y musulmanes de que atravesar la muralla por cualquiera de sus puertas y adentrarse en los lugares que cobija es una forma de acercarse a Dios.
La más controvertida de todas las puertas es, precisamente, la que permanece sellada, la Puerta Dorada, a la que muchos se refieren como la "Puerta de la Vida Eterna" o "Puerta de la Misericordia", situada en la pared este de la ciudadela, mirando hacia el lugar por donde sale el sol.

Visitar Jerusalén en Semana Santa es un auténtico lujo, porque dentro de la ciudad vieja, en un área de apenas un kilómetro cuadrado, se concentran algunos de los más sagrados lugares del mundo: El Santo Sepulcro y la Vía Dolorosa, adorados por los cristianos, el Muro de las Lamentaciones, lugar más sagrado para los judíos, y la Explanada de las Mezquitas, que alberga la Cúpula de la Roca y la mezquita de Al Aqsa, los sitios más importantes para el Islam después de la Meca y Medina.

Estas riquezas divinas y humanas están protegidas por las bellas murallas de piedra blanca, casi cinco kilómetros de defensas de dos metros y medio de ancho y doce de alto coronadas por 34 torres de vigilancia. Esta fortaleza está horadada por ocho huecos, puertas que a lo largo de los siglos han permitido a los peregrinos acercarse a sus dioses.

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