miércoles, 6 de abril de 2011

La Iglesia afirma que lo importante es educar a la juventud

La Iglesia Católica está muy preocupada por los abortos clandestinos que se realizan a escondidas, por médicos y personas que no se sabe si están capacitadas.

El director del Instituto de Bioética y presidente del Tribunal Eclesiástico, padre Miguel Manzanera, lamenta que haya personal médico que se preste a estas prácticas. “La medicina es siempre para curar, nunca para quitar la vida. No olvidemos que el aborto es suprimir la vida de un ser que se está gestando en el vientre de su madre y que tiene todo el derecho a la vida”.

Manzanera que hay maneras de remediar esta situación, no despenalizando el aborto, ni legalizándolo como muchos piensan, sino dando mayor información a los jóvenes y ofreciéndoles ayuda. La embarazada es una persona que puede tener dificultades de diversos tipos y esto puede ser porque tuvo una relación irresponsable, por relaciones promiscuas o por otras razones. Manzanera plantea ayudar a estas personas. En algunos países, a partir de los tres meses de gestación, ya se les ofrece un subsidio de maternidad que pueda aliviar su situación económica.

La educación es importante, pero hay que ver qué tipo de educación. “Lamentablemente, se quiere educar a base de regalar preservativos y esto más bien deseduca, porque los jóvenes que reciben los condones piensan que tener relaciones ya no es nada malo y éste es un gran error”, dice. El sacerdote opina que la educación debe pasar por el respeto de los varones a las mujeres y que éstas se deben evitar las relaciones sexuales prematrimoniales.

Si una mujer interrumpe su embarazo es excomulgada automáticamente de la Iglesia católica. Pero, si ella aborta por presión no comete pecado grave, aclara el sacerdote.

En algunos países en Cuaresma perdonan el aborto, según el canon 1398 del Código de Derecho Canónico. Eso depende del Arzobispo, pero el vicario y otros sacerdotes están facultados a perdonar el aborto inducido.

“Maté a mi bebé y me arrepiento”

TESTIMONIO Cuando me enteré que estaba embarazada no pasó por mi cabeza la idea de abortar. Mi novio me planteó la idea porque ambos no estábamos preparados para ser padres.

A mí me llegaron infinidad de pensamientos de lo que estaría perdiendo si tuviera a un bebé que no deseo: mis estudios, mi trabajo, la confianza de mis papás y entonces acepté. Mi novio buscó el lugar durante tres días y encontró una clínica ubicada en la avenida 6 de Agosto. Cuando fui habían muchas personas esperando su turno. El médico me dijo que pasara al consultorio y me cobró Bs 50 por la consulta. Me preguntó el tiempo de mi embarazo y le dije que era de dos meses y una semana. ¿Por qué no viniste antes? me cuestionó y le respondí que acababa de enterarme. ¿Cómo no te diste cuenta antes? estas mintiendo, me dijo.

Después me examinó y me dijo que tenía más de tres meses, pero no era así.

Por más de tres meses el precio era 300 dólares y menos de tres meses, 250 dólares.

Le pregunté si me iba a doler y me dijo que no. Cuando salí del consultorio junto a mi novio me sentía muy mal. Él no sabía cómo consolarme y yo sólo me aparté y en un rincón de la acera me puse a llorar sin parar. Me sentía muy sola.

El médico me citó un martes en la tarde, ese día fui a trabajar, pero en la tarde pedí permiso. El médico me llevó a un cuarto y me puso un suero, dijo que era para que dilate. Mi novio llegó tres horas después. Sólo tomó mi mano y me preguntó cómo me sentía. No supe qué responder. En mi mente sólo quería que me diga que desista, pero no fue así, en ningún momento me dijo que nos vayamos. Apenas se fue de la habitación me puse a llorar. Sentía que todo era una pesadilla.

Sentía mi cuerpo muy diferente, pero no se explicar qué era. Después de casi cuatro horas ingresé a otra habitación para la cirugía, no sé qué método utilizó. En la habitación había una enfermera aunque parecía la portera. Me hizo recostar sobre una camilla y me hizo abrir mis piernas y después me puso oxígeno. Cuando desperté me quejaba de dolor. El médico me dio unos golpecitos en la mano para que me callara, pero yo sólo quería llorar, sentía mi estómago diferente, vacío.

Cuando me puse mi ropa sólo quería saber cómo fue la cirugía y quería ver lo que quedó de mi bebé. El médico no quiso mostrarme. De todos modos, insistía en ver lo que quedó, pero él se negó a mostrármelo, me dijo que era como una bola de sangre, que estaba mal y de todos modos lo iba a perder después de un tiempo. Permanecí una hora más en ese consultorio.

Cuando nos fuimos de ese lugar me sentí físicamente muy mal. Fuimos a la casa de mi novio y tomé los medicamentos que me recetó el médico, pero me hizo muy mal y nuevamente comencé a vomitar. Al día siguiente pude asistir a mi trabajo, ya no sentía nada en mi vientre. La cirugía salió muy bien, no tuve complicaciones. Mi vida social regresó a la normalidad, pero para mí nunca fue lo mismo. Nada es igual. Ya pasó dos años desde que perdí a mi bebé y no existe un solo día en que no me arrepienta. No dejo de mirar a las mujeres embarazadas y calcular la edad que tendría mi bebé. Ya estaría aprendiendo a caminar.

Sé que maté a mi bebé, que fui una cobarde, pero ya no puedo hacer nada. Pienso que nunca más tendré un bebé porque soy una mala madre y no lo merezco. Ahora estoy estudiando. Mi familia no sabe lo que hice ni mucho menos mis amigos. Pero, quisiera que todos sepan las consecuencias psicológicas que deja el aborto y que nadie las ve. Quisiera llorar y gritar de desesperación, pero debo callarme porque sé que la gente no comprendería y sólo me juzgaría.

SÍNDROME Médicos y psicólogos afirman que hasta en el 91 por ciento de los casos de embarazo interrumpido, la mujer padece síntomas del síndrome post aborto, que pueden empezar inmediatamente o años después. Entre los síntomas del síndrome están: Baja autoestima, tristeza por el embarazo de otras mujeres, deseo de castigarse, anorexia nerviosa, insomnio, pesadillas, distanciamiento y/o maltrato de otros niños, incapacidad de concentrarse, abuso de drogas y/o alcohol. En otros casos, sienten la necesidad de reemplazar al niño abortado.

Una vía para superar el síndrome es analizar el hecho y perdonar, para iniciar la imprescindible restauración personal.

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