domingo, 13 de febrero de 2011

No mato, ni robo

Domingo tras domingo, en la escuela de Jesús, la Eucaristía, aprendemos cuál es la mentalidad de Cristo Maestro. Vemos lo que Él quiere y, nos enseña a superar el Antiguo Testamento. En el sermón de la montaña, capítulos 5 al 7 de San Mateo vemos cómo Jesús supera la Ley antigua, en una línea de verdadera autenticidad e interioridad.

Cristo inauguró una nueva etapa de relación entre Dios y el hombre. Al inicio del sermón de la montaña, Él proclamó las señales del nuevo pueblo de Dios: los discípulos serán personas sal de la tierra, luz del mundo, felices. Entonces, ¿cuál debe ser la actitud de un cristiano? Algunos han llegado a ver en las palabras de Cristo una liberación de la moral tradicional. Aunque la base de la nueva alianza es el amor, no por ello se ha abierto una puerta a la relajación moral. Es como si creyéramos que por haber sido llamados a niveles superiores de compromiso y entrega nos viéramos desligados del cumplimiento de los diez mandamientos.

Cuidado, Cristo no vino a destruir ni abolir la ley, sino a completarla, a llevarla a la perfección. Él es el primero que con su ejemplo nos enseña a cumplir la ley de Dios con exquisita fidelidad aunque sin las estrecheces de los fariseos. Jesús proclama que el sábado es para el hombre y no a la inversa, pero Él participa fielmente todos los sábados en las sinagogas en el día del Señor. Aunque Él sabe todo, está con el pueblo en la escucha de la Palabra y en el culto del templo.

La interpretación que Cristo hace de una serie de mandamientos está en la línea de la interioridad y profundización de la ley. Los ejemplos que hoy nos pone el texto evangélico de Mateo 5,17-37, son referentes al respeto a la vida y honor de los demás, a la fidelidad conyugal y a la no necesidad de juramentos.

Los mandamientos y el evangelio no se oponen. Las bienaventuranzas vienen a perfeccionar la ley del Sinaí. La tónica de las enseñanzas del evangelio comprometen mucho más que la mera ley. El que dice amar más, ser más libre y no cumple con las exigencias de la ley, se autoengaña.
A veces se habla de legalismo para referirse a la delicadeza en la observación minuciosa de los mandamientos o leyes. Pero, cuando se ama, hasta los menores deseos del amado se convierten en prioridades. Cuando de verdad se ama a Dios, ningún mandamiento suyo es pequeño. Por eso, Jesús nos dice que, "quien los cumpla y enseñe, será grande en el Reino de los cielos" (Mt 5, 19).

Quien por el contrario se siente dispensado de observar el menor de los mandamientos, y enseña así a los demás, manifiesta tan poco amor al Padre que será sin duda de los menores en el Reino de los cielos (Mt 5, 19).

Las tentaciones del mundo y las que llevamos cada uno en nuestro interior, no nos quitan normalmente la libertad y la responsabilidad como nos dice el libro del eclesiástico, en la primera lectura: “si quieres, guardarás los mandatos del Señor...”. La ley bien entendida no es esclavitud, sino signo de amor y libertad interior. No se cumple la ley por temor sino por amor. Este amor nos libra de los caprichos del libre albedrío.

A veces oigo: “No mato, ni robo”. Los que esto afirman no serán delincuentes ni han de temer ir a la cárcel. Pero no por eso son buenos cristianos, ni han de entrar en el cielo. Dios pide más. Porque a los invitados al Reino, a ser discípulos de Jesús, se les ofrece mucho más. Cristo claramente nos dice: “si no son mejores que los fariseos y letrados no entrarán en el Reino de los cielos” (Mt 5, 20). Hay otras maneras de matar sin sacar la pistola, otras maneras de ser adúlteros sin el adulterio de hecho, otras maneras de juramentos falsos, manipulando la verdad, diciendo medias verdades o falsedades.

Nos hace bien un examen de conciencia a la luz de la Palabra que hoy nos regala el Señor. Una de las características de nuestro tiempo es la pérdida del sentido del pecado o conciencia moral. Sería grave que nuestra conducta moral se base en estadísticas sociales, que normalmente se basan en lo que hace la mayoría. El criterio para un discípulo de Cristo no es lo que hacen los demás, lo que esté penalizado por la ley civil, sino en lo que Cristo nos enseña en el evangelio.

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